Me llamo Claudio y mi novia se llama Claudia.
Estamos pronto a casarnos. Pero les comento que celebramos un día de caza. Estabamos tirando con la escopeta pero ella se tapó los oídos del miedo a la perdigonada. En todo nuestro historial de relación nunca habíamos matado nada, ni siquiera un insecto, pero ahora gracias a mi puntería, tenemos un ganso de chacra agonizando allí tirado.
Al final del día, mientras tanto el ave se cocina, durante una hora que pasó muy rápido, jugamos a los enamorados recién casados sin reparar en la realidad. Luego quedándonos dormidos como para siempre con la panza llena. No obstante, a la mañana siguiente, en el desayuno, habiendo medias lunas de grasa y manteca, igual discutimos por la posesión del periódico, pero finalmente fue ella quien tuvo que leer en voz alta, hasta desfallecer.
Cuando fuimos a saldar la deuda nos avivamos que mis billetes son falsos, para lo cual tuve que firmar un pagaré al encargado, algo insólito hubo pasado pero no sabemos que cosa.
Pero al regresar descubrimos que alguien me entró a robar el departamento. El ladrón resultó ser un hombre que hacía semanas que merodeaba el barrio, a ambos nos resultaba muy sospechoso, pero por no querer hablar de sensaciones de preocupación hicimos un gran silencio.
Quisiera tirar la casa abajo porque me trae pésimos recuerdos. Para nada deseo formar un hogar rodeado de tantísima miseria, puesto que es imposible ser feliz en estas condiciones de inseguridad. El enorme espacio que es infinito alberga nuestra existencia, Dios vigila desde la torre de nuestras almas ver fluir el momento, cual reflejo de sus sentimientos embargados, nuestras pertenencias son suyas también por ello tanto fastidio.
En definitiva no hubo otra opción que mudarme a su casa al menos por una temporada.