El pasillo que lleva a la salida de esta antigua casa es largo y semi oscuro, y despierta un temor irracional, como si algo fuera a surgir de la oscuridad y perturbar mi soledad. No soy creyente de esas cosas, pero la sensación persiste.
Sentado frente a esta computadora, me encuentro leyendo y navegando entre los desahogos de muchos, a veces riendo, otras veces sumiéndome en la tristeza.
Afuera, el mundo bulle en ruidos.
Me asomo a la escalera y observo escenas que siguen maravillándome incluso en la noche: sonidos de animales, de razones, de conciencia, del viento, de la soledad. Es magnífico observar el cielo entre todos estos sonidos, escuchando truenos a lo lejos y sintiendo la lluvia repentina que dura solo unos minutos. Autos, música, besos distantes que retumban, el eco de lo que ya no está y de lo que no quiero ver, ruidos que me rodean por todas partes.
A veces salgo a caminar por la cuadra para coleccionar ruidos, créanme, se puede hacer. Es una locura, como tantas otras que poseemos los seres humanos. Tú coleccionas estampillas y dioses, amigos imaginarios... yo colecciono ruidos.
He intentado seguir a los gatos, movido por la curiosidad de entenderlos, pero esos astutos se escapan hacia los tejados. Desde allí me lanzan insultos, desafíos, o lo que sea, y se alejan llevándose sus ruidos a quién sabe dónde.
Yo también me alejo, siguiendo el ruido del sueño. Atravieso puertas que chirrían y finalmente me entrego al descanso. |