PRÓLOGO
Esperábamos desde hace mucho la aparición del primer libro de cuentos de Fidel Almirón: Wayliya y otros cuentos.
Fidel apareció en la escena literaria junto al colectivo literario- musical “Náufrago”. Este colectivo publicó desde el 2001: revistas literarias, plaquetas, grabaciones musicales; así como varios eventos donde destaca la Primera Bienal de Cuento Mario Vargas Llosa, donde el principal promotor fue Fidel Almirón.
Varios de los cuentos que se presentan en este libro fueron publicados antes en las revistas Náufrago.
Fidel presenta un eje temático que gira en torno al amor o desamor; curiosamente, esta literatura que podría ubicarse dentro del urbanismo presenta todas las características de un romanticismo de finales del siglo XIX en el Perú.
No solo es el tema del desamor, sino también el de la frustración, ese estado de ánimo decadente tan propio de un romántico del siglo XIX. En eso encuentro una feliz coincidencia temática con Julia de Luis Benjamín Cisneros. Sobre todo en El virus del amor y La imagen de Jani. En estos cuentos se presenta al narrador— personaje, que dispone de todos sus medios estéticos a la manera de una prosa casi poética. El argumento es sencillo, un instante de desamor, de nostalgia, privando lo hechos al sentimiento. El narrador traza una alegoría al dolor y a la pérdida del ser amado.
Esta fórmula se repite en varios cuentos. Es como si Fidel Almirón estuviese intentando en cada narración quizás escribir una misma historia.
Como dije, si bien, el espacio- tiempo de los hechos se identifica fácilmente en nuestra época, en un realismo urbano; el tema trascendental es amoroso, como las novelas sentimentales que inundaron el siglo XIX. En el Perú, el caso más notable es el de Luis Benjamín Cisneros, y su novela más lograda Julia; pero la influencia literaria de Fidel Almirón puede ser de coincidencia, mas no de lecturas, quizás sea Bécquer y Jorge Isaac, de donde escogió algunos modelos; —en el caso de Bécquer—nos explicaría ese intento de las primeras dos narraciones, una prosa poética que linda más con lo lírico que con un hilo argumental lleno de situaciones y tropiezos.
Es a partir de Ilusión perdida en que la combinación del desamor doloroso entra en juego con recursos locales, lugares comunes, un léxico coloquial y vulgar. Ahí la escuela de donde tuvo alguna influencia es sin duda Jaime Bayly.
Quizás sea por ello que Fidel busca una comunión especial con el lector, ayudada por rasgos orales y culturales en sus historias.
Ese ritmo en la narración y a veces en un humor trágico, concibe la historia urbana llena de bares y burdeles combinada con un derrotismo fatal e imposibilidad del triunfo amatorio.
Wayliya, marca un derrotero y estética distintos. Podemos concebirlo quizás como una muestra de otro estilo, quizás una estética distinta que podría desarrollarse en un próximo libro de Fidel.
No podemos sino que remitirnos en este intento estético a Arguedas y la transgresión en el lenguaje. Un cuento indigenista se puede escribir de muchas formas. El punto y perspectiva de Ventura García calderón y Enrique López Albújar pueden tener por ejemplo, más coincidencias que diferencias. Es una perspectiva occidental de valoración y como juego de ideal de representación de un mundo conflictivo e inexplicable para ellos.
Arguedas por otro lado, confluye las dos perspectivas, no solo tenemos una perspectiva andina, como muchos quieren creer, sino también hispana, hay un inclusión, una suma de perspectivas y valores, un rito tensional que alude a la utilización de una cultura hispana para explicar otra subyacente, la andina.
Arguedas tuvo la genialidad de quechuizar el castellano, Fidel Almirón tiene una feliz coincidencia en eso, y la verosimilitud que logra en este último cuento es importante utilizando ese recurso.
Por eso, quizás, este último cuento sea el hito que marca dos etapas en la narrativa de Fidel; una, la que hace juego con los lenguajes urbanos y los corazones sentimentales; la otra, experimental pero mucho más ambiciosa, en la que podría encontrar una próspera carrera literaria que todos los náufragos le deseamos, desde los tiempos memorables a la salud de un vaso de ron en una casona antigua en el centro de Arequipa, entre los aullidos de perros y la camaradería de una vieja amistad.
Henry Rivas
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