FICCIÓN REAL

FELIPE: Papá, me caso otra vez.
CARLOS: Vaya, será la cuarta vez, si no llevo mal la cuenta.
¿Y quién es la afortunada?
F: Es Ana, la hija de tu sobrino.
C: Pero, ¡si es casi una niña, y tú ya un
cuarentón! Eres un viejo verde.
F: Por primera vez elijo yo, y lo hago a mi gusto.
C: Es cierto, ya no estoy en condiciones de oponerme. No digo que esa
unión sea mala, pero considera que tal vez no sea la más
conveniente desde un punto de vista político.
F: Estoy harto de que los puntos de vista políticos me condicionen
tanto. Y mucho más harto de tus puntos de vista políticos,
que han arruinado mi vida amorosa.
C: No será para tanto.
F: ¿No? Recuerda mi primer matrimonio. Tú lo organizaste
todo, y luego me impediste tener relaciones habituales con ella, con tus
absurdos prejuicios sobre el mantenimiento de la salud.
C: Claro, recuerda lo que le pasó a mi tío Juan. Y
además, no te puedes quejar de escasez de relaciones amorosas, has
tenido las amantes que has querido.
F: No han sido más que las tuyas, viejo hipócrita, que das
consejos que no te aplicas a ti mismo.
C: Pues tú eres un tristón y un aburrido, y además un
pusilánime. Cuando venciste al francés deberías haber
seguido hasta París, y en cambio iniciaste unas negociaciones
absurdas.
F: Si tantos deseos tenías de ver al francés hundido,
¿por qué me impusiste luego una esposa de su parentesco?
C: Recuerdo que con Isabel te fue bastante bien, fuera o no impuesta. Pero
sigues con esa manía tuya de quejarte de las bodas.
F: No es de lo único que me quejo. Has sido un déspota en
todas tus decisiones, y la peor de todas, la de reservar una parte de tus
dominios para tu familia vienesa, siendo así que yo soy tu
único sucesor y heredero legítimo.
C: Eres un egoísta y un vulgar villano.
F: Y tú un completo bellaco y un malandrín.

ENFERMERA: Bueno, bueno, otra vez hablando solo. Vamos, tómese la
medicación y a la cama, que es hora de dormir.
F: No hablaba solo, estaba discutiendo con el viejo.
E: Ah sí, el del cuadro. ¿Y qué le decía?
F: No le gustan mis planes de boda. Y además, me ha reclamado que
le devuelva la corona de Nápoles.
E: Bueno, no se preocupe por eso, no tiene importancia.
F: ¿Cómo que no la tiene? Sepa usted, señora Julia,
que como persista en sus amenazas lo encerraré de por vida en el
castillo de San Servando. Y no dejaré que le suministren cerveza.