SINFONÍA EN AÑIL MAYOR

Se tiñe la vasta oquedad de los cielos
de un tinte templado con tonos añil;
bandadas de nubes deshacen su raso
y dejan un rastro de sangre y marfil.

El sol que se abate pincela la cara
del viejo marino vestido de dril,
el mismo al que un día Rubén dedicara
un bello poema con música en gris.

No importa que el verso describa su atuendo,
ni cómo es su rostro de rojo perfil;
no es nada que cuente sus vagas visiones
de un tiempo pasado en ardiente confín.

Pues calla el poema que el humo en volutas
del seco tabaco que fuma febril,
a medias oculta en su gesto impasible
los surcos de pena de un hombre infeliz.

No importa que en tiempos gozara en las playas,
que hirviera su cuerpo en ardor juvenil;
hoy sólo le quema el tizón del fracaso,
y siente el vacío de un páramo hostil.

Fue suya la brisa, la luz, los amores
de todos los puertos de China y Brasil.
Hoy parten los barcos sin él de este muelle
y sólo le queda su angustia senil.

Le muerde la carga del remordimiento
Le agobia ese peso, ¿por qué fue tan ruin?
¿Por qué alzó su mano brutal contra ella
aquella mañana nefasta de abril?

Perdió con su marcha lo que más quería.
Hoy muestra la tarde su mustio barniz,
y el índigo tono con brillo de acero
se enrosca en su carne con piel de reptil.