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La pequeña se me acercó y me dijo con voz entrecortada: “Papá, ¿es verdad que el amor es algo abstracto?”. No supe que responderle. Me quedé meditando toda la noche; la pregunta de mi hija me paralizó y me dejó pasmado pensando sobre lo que habría querido decir, sobre el trasfondo de esa pregunta maldita que atormentaba mis noches trayendo de regreso a mi viejo compañero de estudios; el insomnio.
De nada valían tus abrazos en la intimidad de nuestra cama, ésos intentos fallidos de traerme de nuevo a la realidad que con tanto esfuerzo habíamos logrado consolidar. Tus piernas me atrapaban en esta realidad, tus miradas me permitían descansar de mis cavilaciones. Pero mi confusión, mi tristeza y esa extraña melancolía que otrora te atraía comenzó a aburrirte, tu vida precisaba de algo que en mí no estaba más.
Decidiste separarte de mi, te fuiste de nuestro hogar, te llevaste lo que eramos y lo que tuvimos. Me sumí en una depresión absoluta, sólo el alcohol y las relaciones esporádicas me mantenían cuerdo. Pero la sensación de vacío en el alma era algo de lo que no podría escapar.
De repente en mis sueños y en medio del sopor, las vi a las dos. Me di cuenta. Te habías ido y te habías llevado a mi hija, nunca lo había comprendido, nunca había estado tan cerca de la verdad, estaba cerca de la respuesta que tanto había afectado mi vida.
Lo entendí.
Salí tropezando de aquella sucia taberna, con el cabello y las ideas desordenadas, pero extrañamente consciente que debía decirles a las dos que al fin había comprendido todo eso que con tanto dolor me habías tratado de hacer comprender. Decidí buscarte, afortunadamente sabía que estabas en casa de tu padre, era evidente que estabas volviendo al nido del que yo te saqué. Llegué. Desde la puerta de la casa grité tu nombre, la extraña quietud de la medianoche me acompañaba en silencio, ella era mi orquesta, mi mariachi. Te asomaste por la ventana que yo bien conocía; la ventana de tu antiguo cuarto.
Me miraste sorprendida, yo sin pedirte permiso empecé a hablar, te dije que ya había comprendido todo, lo que fuimos y lo que sentíamos. Te imploré perdón y me regalaste una mirada maternal, de protección. Pero ese no era el sentimiento que yo esperaba. De repente, un hombre -que no era tu padre- se asomó a la ventana, te abrazó y preguntó si todo estaba bien. Tranquila, yo sé entender. Estoy llorando, lo sé.
Me alejé caminando de tu casa, ignoré tus gritos advirtiéndome de lo peligroso que era ese lugar a esas horas. Cinco minutos más tarde, dos hombres se me acercaron por la espalda. Todo se nubló, todo se desvaneció.
...
...
...
Ahora estoy aquí, 19 años después, acompañando a mi hija en su matrimonio. Ella está radiante con su vestido blanco y la puedo ver sonreír con alegría. Su novio es muy apuesto y se ve que la ama con toda su alma.
Estoy llorando, lo sé.
Giro mi cabeza hacia la derecha y puedo ver a nuestras familias hablando, comentando sobre la hermosura de la novia y lo blanca de la catedral; las rosas han hecho bien su trabajo.
Por último giro mi cabeza a la izquierda y te veo, mi amor, tienes tus manos entrelazadas con las de un hombre que desconozco, ustedes sonríen y se ve que él ha cuidado bien de mi hija. Me siento tranquilo, han dado con un buen tipo.
Miro de nuevo a mi hija, la comtemplo, la admiro. Sin darme cuenta digo: “No chiquita, eso es falso. El amor es algo que toma forma, que nos acompaña todos los días. El amor está representado por todo lo que hacemos y vivimos, es lo que damos día tras día, lo que entregamos en cada momento de nuestras vidas. Todos los pequeños detalles que tenemos con las personas que nos hacen felices también son amor. Mira a tu madre, ella es amor porque ella es el testimonio que alguna vez existió el amor en mi vida. Mírame a mí, soy la prueba que toda mi familia me amó alguna vez. Ahora, mírate a ti, eres la prueba misma del amor que siento por tu madre, eres el testimonio de nuestro amor, eres la luz que guía el sentimiento más grande que alguna vez haya sentido, eres luz, eres vida, eres la senda a caminar, eres el amor...”
Estoy llorando, lo sé.
Tu madre voltea, mira con detenimiento hacia donde yo estoy y finge no mirarme.
La ceremonia termina, tu madre llora, tú lloras. La felicidad las colma. Luego de besar a tu esposo sales tomada de su mano hacia la calle, fuera de la iglesia, pasas a mi lado y decido acercarme para darte un beso en la mejilla y desearte la mejor suerte del mundo. Estás cerca, muy cerca, un paso, dos pasos, tres pasos, llego, estiro mis labios para besar a mi vida, a mi amor, tú sigues caminando hacia mi, pareces distraída, te alcanzo de nuevo, acerco mis labios, tú continúas caminando, me atraviesas; pasas a través mío. Y entonces lo recuerdo. Soy un ser incorpóreo. Soy algo abstracto.
Estoy llorando, lo sé.

Texto agregado el 24-06-2009, y leído por 111 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-06-2009 Logras despertar emociones intesas, conmovedoras. Eso no es fácil, te felicito :) fulana
24-06-2009 Si es cierto, cuando se tiene exceso de peso, o sea se es un porky y/o petunia se vuelve incorporeo y eso es muy feo. La gordura que crea cuerpos in corporeos valga la contradicción es cocha fea, eh? marxtuein
24-06-2009 Me gustó, una historia triste, con esa impotencia que deja lo que no hicimos cuando podíamos y nos damos cuenta tarde. Chantal-Deveraux
24-06-2009 Que triste, pero precioso y lección de vida. Me encantó!!! ***** MariBonita
 
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