DE REGRESO
El sol rojizo se internaba en el mar y en el cielo comenzaban a aparecer los primeros nubarrones. Las sombras de la noche me envolvieron mientras caminaba descalzo sobre la arena húmeda de una playa que a esa hora había quedado desierta. De tanto en tanto me detenía a contemplar en el horizonte; luces intermitentes que indicaban el paso de buques en alta mar. El aire fresco sobre la cara me producía una sensación de bienestar que me retuvo en la costa más de lo pensado, aun cuando nada ni nadie había quedado a mí alrededor. En realidad, era entonces cuando mejor me sentía, en contacto pleno con la naturaleza, y sin nada que perturbara mis pensamientos que en tales circunstancias echaba a rodar sin límites.
Según el servicio meteorológico el tiempo iba a estar inestable sobre la costa atlántica, pero no había tomado muy en serio esta advertencia. Tarde me di cuenta que el cielo estaba totalmente cubierto de nubes oscuras, y había comenzado a iluminarse con una sucesión de relámpagos intermitentes, propios de una tormenta de verano. El viento se desató formando remolinos de arena, mientras las nubes se agitaban en círculo. El silencio de la noche se vio perturbado por los truenos que comenzaron a ser cada vez más intensos. Repentinamente se precipitaron las primeras gotas, fue entonces cuando me puse a correr para cobijarme bajo los acantilados, y sorpresivamente en medio de un instante de calma un rayo impactó a pocos metros de donde me encontraba, con un estruendo ensordecedor dejando una enorme incandescencia. La luminosidad del impacto me encegueció, y el ruido penetró como una aguja punzante en mis oídos causándome un profundo aturdimiento. Las piernas se me aflojaron y caí tendido sobre los acantilados.
Fue entonces cuando sentí un fuerte golpe que me dejó aturdido, casi sin sentido. Instintivamente me llevé las manos a la cabeza y la sangre me tiñó las manos de rojo. El shock me había paralizado y el dolor era cada vez más punzante. Quise gritar pero no pude, de cualquier modo todo hubiera sido inútil en medio de la soledad que me rodeaba. Me sentí abatido, sin fuerzas y abandonado a mi suerte en medio de la tormenta. De pronto me hallé flotando en un espacio de profunda oscuridad y sentí una sensación extraña que me invadía. Mastiqué el miedo y lo tragué junto con mis lágrimas. La noche se había vuelto fría y sin embargo lo que sentía era calor y la sensación más agradable que había experimentado nunca. No podía entenderlo, veía mi propio cuerpo tirado, rígido, absolutamente inerte.
Como última esperanza apreté mis párpados esforzándome por reaccionar. Durante unos segundos creí lograrlo, pero todo era muy confuso, solo me invadía el silencio.
Cuando parecía que estaba en la más absoluta soledad, escucho sorpresivamente una voz detrás de mí, que me dice:
-- ¿Hermano… estás perdido? Vuelco la mirada hacia un lado y me encuentro frente a la figura de un hombre de barba muy blanca. Sus ojos azules como el cielo, estaban llenos de luz.
-- ¿Quién eres tu? ... pregunté sorprendido.
-- Soy el Amo del Valle de las Sombras...
Quedé sin palabras… seguía confundido…
-- ¿Y cómo es que estás aquí ?... pregunté
-- Mi Señor me ha puesto para encaminar el paso de las almas que como tu, están en tránsito hacia la luz.
-- ¿De que luz me hablas, yo no he visto ninguna?
– De la luz que ilumina el final de un camino, y el principio de otro, mucho más duradero. Pero no temas, que al final siempre está Dios.
-- ¿De las almas?...
-- Todo tiene su tiempo, y todo tiene su hora. Tiempo de nacer, tiempo de vivir y hora de morir. Y a ti te ha llegado la hora de partir.
-- Pero como voy a morir si ni siquiera he podido darles un beso de despedida a mi mujer y a mi hija y decirles cuanto las quiero.
-- Eso no lo decides tu hermano… eso te llega cuando menos lo esperas.
Yo no decido la hora ni el lugar, mucho menos los detalles. Lo siento… Pocas personas piensa en su familia mientras están vivas pero al llegar el momento de partir, todos piden lo mismo.
-- No lo entiendes, yo perdí a mi padre cuando tenía 15 años, y mi sufrimiento fue grande… pero mi hija menor tiene tan solo 4, déjame decirle que la amo.
-- Tuviste 4 años para decírselo, tuviste muchos días libres, muchos cumpleaños, fiestas, y otros momentos en que pudiste decirle a tu hija que la amabas.
-- La gente tiene que morir para comprender que la vida es importante.
Pensaba y me preguntaba: -- ¿Qué tan mal había hecho las cosas para merecer esto?. Mientras con gran preocupación puse a rebobinar la compleja máquina de la mente, y las escenas de mi vida comenzaron a pasar como una película en reversa.
Sin embargo, no podía creer lo que me estaba pasando, aun no estaba preparado para morir. La muerte y el silencio siempre me aterraron. Me resistía con toda mi fuerza y fue entonces cuando me puse a rezar:
--Padre Nuestro que estás en el cielo… concédeme una nueva oportunidad para estar con mis afectos… y perdona mis ofensas porque soy un hombre arrepentido… Hágase tu voluntad que yo sabré responder con todo mi amor… Amen…
Me esforzaba por resistir pero todo era inútil, mi voluntad no era suficiente, cuando de repente me vi parado frente a una imagen luminosa, casi abstracta, que se paró frente a mí y no precisé preguntar quien era para darme cuenta. Estuvo así unos instantes, y sentí como una mano que se posaba sobre mi cabeza como dándome su bendición. Fue entonces cuando sentí una fuerza extraña que me transportaba vertiginosamente hacia atrás.
Comencé a sentir mucho frío. El rayo de luz que penetraba por la ventana me dio de lleno sobre la cara y esa rara sensación me hizo pensar que había vuelto a mi mundo. Con desesperado esfuerzo pude abrir los ojos y me encontré tendido sobre una cama de hospital, con un tremendo dolor en la cabeza y un irritante olor a desinfectante. Lo primero que pude ver fue el monitor de un electrocardiógrafo, que marcaba un confuso esquema rayado sobre una pantalla rectangular de color verde, que registraba los desordenados latidos del corazón, a través de un manojo de cables conectados a mi cuerpo. Giré la cabeza hacia mi derecha y ví un uniforme blanco que adentro tenía una enfermera, quien con una cara de tremenda alegría le dijo a mi esposa -- “Gracias a Dios lo hemos recuperado... ya está con nosotros”...
Cuando me dieron el alta me contaron que un pescador me encontró tirado sobre la arena. Viéndome mal herido me condujo inmediatamente hasta el Hospital donde permanecí algunas horas en estado de inconciencia. Había llegado sin ritmo cardíaco, y durante 30 minutos un equipo de médicos estuvo intentando reanimarme con shock eléctrico, masajes cardíacos y máscara de oxígeno, hasta que el corazón recuperó su ritmo normal. Milagrosamente tuve una segunda oportunidad para vivir.
Comprendí que cada día es un regalo, que el valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con que suceden. Por eso, debo vivir cada día como si fueras a morir mañana… -- ¿sabes porqué? Porque talvez muera. ■
|