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No puedo explicar mi llegada aquí. Todo ocurrió en un parpadeo. Todo ha sido una rápida y silenciosa serpiente de ojos helados que, en un instante, nos clava sus tenebrosos colmillos y simplemente morimos arrastrándonos ridículamente sobre la maleza. Por eso alumbra el desconcierto en este mundo extraño y surrealista. Y no duermo. Simplemente estoy donde no sé. No sé donde. No sé hasta cuando. No sé si volveré. Si quiero volver a mi mundo debo hallar la salida de este mágico laberinto escondido, probablemente, gracias al poder secreto de duendes y hadas. Significa ello ir en alguna dirección, tomar algún camino. Y la verdad no importa cual, pues no sé donde es el norte ni el sur. No hay para mí, ni este ni oeste. No existe un astro rey. Puedo ver, pero no sé de donde viene la luz. Y, sólo, sé que debo navegar buscando mi libertad como un fugitivo hacia alguna parte. Enarbolo, pues, la esperanza en lo alto de mi nave y parto dispuesto a atravesar desconocidos cielos y todos los mares. La buena noticia es que aquí soy ligero y no me canso. Me he vuelto cometa o quizá ave. La lluvia, a veces, moja mi torso y refresca mis alas.

Mientras avanzo hacia una burlona interrogante grabada en azul a lo largo del camino, sin sentir calor ni frío, descubro y confirmo que todo es distinto. El cielo no es azul sino rojo. Y no hay gravedad que me limite. Sino que semejante a Peter Pan me muevo visitando los cuerpos que flotan esparcidos en este gran espacio sangriento. Los alcanzo y dejo a voluntad. Tienen el tamaño de una casa. Ahora estoy en un cubo, antes fueron dos esferas y tres conos, y, en seguida, voy hacia una pirámide. Esto, quizá, seguirá toda la vida. Pero necesito vida inteligente. Debo encontrar quien me auxilie. Debo buscar en la lámpara de Aladino al genio que me explique el sentido de este inmundo mundo de locos. Cómo he llegado aquí y cómo podré salir. Todo carece de vida. Cuerpos y cuerpos sin consciencia. Me pongo a gritar:

-¡Hola! ¡Hay alguien qué me escuche! ¡Alguien qué me escuche!

Me responde, entonces, el silencio despertando enojado ante mis gritos. No me amedrento y arrojo mi voz hacia su cara, pero él responde con más silencio. Dejo atrás el incidente, y me lanzo decidido hacia el destino que se esconde tras una sombra. Ocultando, acaso, un ser al cual amar. O, tal vez, odiar. Debo hallar a alguien para eso. El tiempo pasa y muere a la distancia. Y no puedo calcular exactamente, pero parecen transcurrir días, semanas, meses y años. No me debo cansar. Horas naufragan en el inmenso mar sin alma. De lo más hondo emerge una inquietud. Me pongo a reflexionar. No importa cuanto avance ni a donde vaya. Las mismas formas inertes continuarán reproduciéndose. Debo parar. Es necesario llamar a algún lugar por solitario que me parezca, mi hogar. Y aquel espacio tan soñado ha aguardado siempre bajo mis pies. ¡Mi patria! ¡Mi casa! Le llamaré “Resurrección”. Mi patria se apodera de la esfera en que me apoyo y de los cuerpos colindantes. Les pongo nombres. Se vuelven personas, ciudades, departamentos. Mi esfera es “La Ciudad de los Intentos Perdidos”. El cono a mi derecha es Claudia. La pirámide a mi izquierda es Lucía. Arriba está Carlos. Un objeto más grande es la ciudad de las mil preguntas, otro el departamento de la Inocencia. Y todo recibe vida. Me caso con Claudia. Tengo de amante a Lucía. Pero provoco la envidia de Carlos y de otros individuos de mirada oscura. Soy cercado por la conspiración. Sobre mí arrojan traiciones y planes que no sospecho. Todo es preparado milimétricamente con la perfección de un depredador que acecha a su presa. Y no me da tiempo. Ocurre en un parpadeo. El hombre está solo en el campo y la muerte llega. Todo ha sido una rápida y silenciosa serpiente de ojos helados que, en un instante, nos clava sus tenebrosos colmillos y simplemente morimos mientras nos arrastramos ridículamente sobre la maleza.

PABLO ALBERTO TORRES VILLAVICENCIO

Texto agregado el 24-06-2009, y leído por 80 visitantes. (0 votos)


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