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Con los ojos cerrados me levanté tanteando en la oscuridad lo que de inmediato buscaría en el caos de papeles achicharrados y manchados donde centenares de notas aguardaban ser partícipes de alguna historia pública. Tuve nuevamente un sueño que me había consumido otra noche hace mucho tiempo. Y como aquella vez los recuerdos afloraron vertiginosamente para desintegrarse mientras yo me afanaba buscando un lápiz o cualquier cosa que imprimiera los símbolos que antes olvidé por una satisfactoria negligencia. Esta vez, el refuerzo de mi recuerdo ayudó a retener por más tiempo, la segunda parte que en el sueño anterior decidió aguardar para una próxima entrega. Quizá fue que aun no había abandonado el sueño, y esos ademanes y pensamientos eran una extensión menos voluminosa y cargada del anterior escenario, o talvez aquella noche en que soñé por primera vez la historia que pasaré a relatar (o también fue una repetición) aún no terminaba sino en esta mañana, y lo que medió entre una y otra noche solo fue un pobre paréntesis que una mano se complació en añadir. Busqué la primera parte y con una alegría gastada la encontré. La historia que llevé a la hoja es más o menos ésta, con algunas modificaciones que rastros brumosos de un recuerdo agonizante, intentaron salvar.
Fue en una tarde en donde sol ya mediaba entre uno y otro hemisferio. El silencio llenaba todos los aposentos de una casa encorvada por la fauna y flora de años sin arte. Unos amigos y yo acabábamos de dar término a una partida de rol. Sólo quedábamos tres. Los otros fueron retirándose a medida que los bostezos y los párpados sedientos de sueños se cerraban y abrían para no verlos más. A nosotros nos pareció buena idea tirarnos sobre enormes muebles y escaleras quebradas para tentar a una siesta. Unos pasillos semi alumbrados conducían a habitaciones que no conocíamos pero que todos intuíamos análogamente que cosas había allí. Cuando la noche llegó sin pasos se me ocurrió desatar un nudo de mi mente que me mantuvo despierto varias noches semejantes y que sinceramente no se a qué tiempo pertenecía, si al cotidiano o al onírico o a éste en que la historia cobra una nueva vida. Le dije a mis amigos que el sueño se estaba acabando y que pronto despertaría el soñador para perjuicio de sus soñados (si la desaparición y el olvido admite una tesis tan reducida que los califica como perjudiciales para el hombre). Dino, el más bajo de los tres, asintió con la cabeza pero no pudo dejar de disuadirme para que rechazara temporalmente mi creencia. Dijo que aunque la certeza se divulgara por todas las mentes como si se tratasen de una sola, la viera como simple maña de la imaginación. Le dije que eso ya no era suficiente pero que no importaba, que así como yo veía otra aurora naciendo sobre ésta, él no estaba seguro de que el olvido fuese algo perdurable fuera del tiempo, como si el recuerdo sea solo una condición (o no) de la memoria. Ángel aventuró, tendido boca abajo, que estamos tan cargados de palabras que la misma escena no variaría en esencia si hubiese tres orangutanes. La noche cambió y el atardecer volvió. Solo existían esos dos momentos del día fuera de aquella casa. A nosotros no nos molestaba, solo, de vez en cuando, sentíamos añoranza por algo verdaderamente fútil. Talvez el sol es su apogeo, era cosa de pleno sueño, y no en las vísperas del despertar. Dijimos que el soñador todavía no había creado el mundo, y que aún lo estaba pensando, sacando conjeturas, haciendo bosquejos, tirando al fuego lo que no servía. Dijimos que el otro había terminado de soñar y estaba relatando a alguien el curioso sueño que tuvo anoche y nosotros éramos solo éramos el reflejo mutilado que se mantenía en su memoria. Dijimos que cada uno era el sueño del otro y que todo el universo era un híbrido indescifrable de nuestras conjunciones o yuxtaposiciones. Hablamos durante varias lunas y crepúsculos, durante varias sombras desplazadas de muebles y muros, fluyendo entre órdenes y sueños, hasta que Ángel se incorporó y nos habló desde una profunda frustración y serenidad.
Dijo que sabía ahora con naturalidad pero no sin cosquilleos de tenaz irrealidad que ese sueño ya lo había tenido en otras ocasiones y que creía que como en todas ellas despertaría recordando apenas algo de lo que había soñado. Dijo también que le parecía curioso, pero solo en el sueño podría dar una explicación satisfactoria de las preguntas que sus amigos de ayer y de siempre le hacían y que ésta vez no faltaría alguien que desease buscar una razón aunque el interrogador forme parte del delirio mismo. Las respuestas a nuestras preguntas fueron recibidas con el temor y el coraje de un bufón, que es quizás el más sincero de los corajes conocidos. Ángel nos reveló varios secretos en cuyas razones él mismo decía desconfiar pero enseguida agregaba que talvez esa desconfianza no se aplicaba a éste mundo que después de todo era su creación y tenía fe de que los significados, que fuera de sus sueños se sacudían y temblaban bajo nuevas e infinitas bifurcaciones de palabras, dentro de éste tuvieran una existencia de fenómenos inmóviles. Ángel dijo que fuera del sueño, los seres que habitaban eran semejantes a nosotros en números y planteamientos de ciertas lógicas e ignorancia de otras, pero que los signos que poblaban su lenguaje eran más escasos pero potencial y sugerentemente más ricos que los de nosotros. Dijo que los verbos por ejemplo, no eran simplemente verbos, sino que también eran adjetivos, sustantivos y también verbos y que tenían propia existencia. Cada palabra, gesto, ademán o forma de vida dentro del sueño agotaba solo algunas razones, posibilidades, conjeturas y distracciones de un signo fuera del sueño, por lo tanto no era raro ver tantas manifestaciones de un mismo signo separadas por un tiempo y espacio que del otro lado solo eran meras posibilidades de lo eterno. Dijo que fuera del sueño el vuelo, era condición innata de todos, pero en su sueño, las partes contenidas de sus signos se disgregaban separando las posibilidades por medio de una absurda calidad del espacio y tiempo que siempre estaban presentes en todos sus sueños, arguyendo de esto último el temor que esos elementos le causaban particularmente a él fuera del sueño.
Luego, mientras continuaba con su exposición, Ángel comenzó tener un ligero percance que se agravaba a medida que nuestro temor se volvía más liviano y nuestro presentimiento se consumía en su propio encuentro. Ángel comenzó a balbucear y su sonido se distorsionaba hasta el punto de perderse en la distancia como el humo se pierde en las alturas. Dino y yo nos despedimos con la mirada, sabiendo amargamente que mañana nos encontraríamos de vuelta aquí, y que todos nuestros días fueron solo una noche o una tarde en las sinuosidades de la mente de Ángel.
Y eso fue todo. Me atrevo a decir ahora que esa amargura estaba más cercana a la resignación de un holgazán o a la alegría secreta de una pérdida terrible. Ahora que el sueño tiene un final debo admitir que no me siento como si el recuerdo renovado haya cumplido su merecido. Quizás mi relato solo sea un eslabón, quizás el sueño del otro lado sea el soñador, el soñado y el otro que lo imagina, lo presume y lo multiplica en incontables casas y atardeceres. Y ¿porqué no?, puede que sea algo más.

Alejandro Fernández

Texto agregado el 23-06-2009, y leído por 100 visitantes. (1 voto)


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