A veces escribo
para disimular el tedio
–como ahora–.
A veces,
para desfogar la tristeza
–como ayer–.
A veces escribo
por placer
o por amor
–como antes y tal vez
como lo haré mañana–.
A veces escribo
simplemente porque se me antoja
como cuando comparto
una sonrisa infantil
o el colorido de una flor
–cualquiera–.
A veces escribo
con la facilidad de la pluma
que se desliza sobre un papel
o la dificultad
de las ideas confundidas.
Una vez escribí
–creo–
junto a una fogata o una chimenea
y las letras se convirtieron
en pavesas.
Otra vez, desde un páramo
–descarto la obviedad
de afirmar que era frío–
y una más
bajo un sólido sol tropical.
He escrito incluso
en la sala de espera
de un hospital
y en la sala de un cine.
Escribí
varias veces
tras observar las volutas
del humo de un cigarrillo
o incluso
con la mente nublada
por un licor.
He escrito
y seguiré haciéndolo
mientras al menos una circunstancia
de las mentadas
se presente.
Y en tanto la palabra se preste
para construir.
A veces escribo
con ira
con nostalgia
con optimismo
con erotismo
con calma o con prisa.
A veces escribo
para alguien
y también para mí.
A veces escribo
es verdad.


Bogotá, 2 de mayo de 2009