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Juan Savoy me miró con sus ojos aterciopelados, sonrió con tristeza, se mojó los labios y me dijo con gravedad insondable,
-No quiero que te enamores de mí. No quiero lastimarte.
Aferré entre mis dedos las sábanas blancas del lecho húmedo aún. Suspiré nerviosa y apreté los labios para que ni una palabra saliera de mi garganta vacía. Recordé cómo había disfrutado estar con él en mi cama… dos, tres veces.
Él me miraba insistente, triste, culpable. Suspiré de nuevo sin saber qué decir. Apreté más los labios para que no notara mi sonrisa, aparté mis ojos de los suyos para que no los viera brillar con alivio. Las cortinas se mecían perezosas con el viento del otoño tierno todavía.
-Está bien…- me salió la voz en un murmullo somero.
No le volvía ver después de esa tarde. Me hubiera gustado interpretar su cara cuando se dio cuenta que sólo había sido un rato de calentura, que para mi, igual que para él, el concepto de amor Express no funciona, que para mi el sexo sin romance, amistad y admiración no significa lo mismo que el amor.
Ahora Savoy sabe que las mujeres no somos inocentes palomitas que se dejan engañar… |
Texto agregado el 23-06-2009, y leído por 182
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