Las palabras son cuchillos,
rumores absurdos que avanzan,
sobre las muñecas que ansían
el filoso vaivén que las desgarrare.

-Alguien abre su corazón-

Y en ese mismo instante,
las manos del interlocutor
lo aprieta hasta dejarlo seco,
y lo abandona en un rincón
por donde nadie pasa.
Entonces,
el cuerpo lleno de agujeros
se desvía por el sendero
del silencio,
hace su ceremonia
en el templo resignado
de la soledad,
en donde las palabras
y los cuchillos no llegan.
Hay un río cristalino
se sumerge y sonríe,
no puede flotar,
sus múltiples heridas
lo hunden,
hay paz en esa profundidad.
El amanecer tiñe
de rojo el paisaje
y los rumores desaparecen
en el color, en el dolor,
en la danza del agua
que lo aleja…