La canasta del tejido.


Labor diaria que siempre hacía
me trae a la memoria
la silueta de mi madre.
Las agujas incrustadas
en ese rollo de lana
me hablaba de ausencia
y actitudes añoradas.
Al abrirlo sin querer
se me escapó el ovillo
me despertó sin pensar
recuerdos tan escondidos.
En la penumbra del cuarto,
infiltrada en la ventana
me pareció verla sentada
como entonces en su hamaca.
En sus manos con firmeza
sostenía las agujas.
Punto arriba-punto abajo.
La labor adelantaba,
lo más difícil las mangas.
¡Que interminable se hacían!
Podía más mi curiosidad
al ver la prenda tejida
de mis labios se escapaba
la pregunta inesperada.
¿Y eso para quién es?
No respondía en seguida
su mirada me estudiaba,
al ver la ansiedad reflejada
con un cachete en la cara
respondía: ¡Vamos a ver!
lo que alcanzará esa lana.
Sólo había que esperar
y ver como cada tarde
se repetía el ritual
de la labor empezada.
No volvía a preguntar,
y la prenda en las agujas
seguía tomando forma,
controlando a ese rollo
que de a poco se gastaba.
Por dentro yo rezaba
¡Ojala que le alcanzara!
La medida estaba justa,
sólo el cuello rubricaba
la tarea terminada
y la incógnita también.
Una última mirada
recreaba ese trabajo
al ratito me llamaba:
¡Carmen esto es tuyo!
y lo hice para vos.
Las lágrimas me ganaron
enturbiaron la mirada
y se borró sin querer
esa imagen venerada.