CHICHARRÓN
Trae membrillo el vigilante,
leche en dulce el cañoncito,
me dijo la panadera
que lo tengo pequeñito.
Le respondí: -“no te apures,
si le pones levadura
será tanta la sorpresa
que quedarás tartamuda”.
“Quiero probar tus merengues,
comerte bombón quisiera
y hundirme hasta las narices
en tu crema pastelera”.
Me miró con ironía
y anunció en tono burlón:
“no quedarás en la historia
de mi pan con chicharrón”.
Le dije: “ni lo pretendo,
no me tomes por cualquiera,
si te agarro en la cocina
pedirás la escupidera”.
Cuando me vio tan seguro
se mostró un poco curiosa
y me preguntó al instante:
“¿Qué es lo que a ti se te antoja?”.
Le hablé con mi voz más grave:
“Mi antojo no es poca cosa,
si quitas llave a tu puerta
me comeré tus “mil hojas”.
Contestó muy convincente:
“Soy un diamante en tu sopa,
tendrás que ser muy valiente
si quieres quitar mis ropas”.
-“Por ti nada me detiene,
soy Robin Hood y Quijote,
seré tu Correcaminos
aunque me atrape el coyote”.
“Pero cuida lo que dices
con respecto a los diamantes
porque juro que se queda
sin membrillo el vigilante”.
“No te metas con mi sopa
ni metamos a mi abuela,
es tu esencia de vainilla,
y la de ella es de Canela”.
Interrumpió mi discurso
y dijo con aspereza:
-“¿Si es que tanto te interesa
porque no te vas con esa?”.
Allí recordé una frase
que dijo una vez mi viejo:
“Una mujer cuando cela
es mejor que un vino añejo”.
La dejé que se enojara
porque ahí estaba la clave,
cuando se puso furiosa
le dije con voz muy suave:
-“¿No ves que ella está muy lejos,
cruzando valles y ríos
y por más que sea un Diamante
solo toqué sus suspiros?”.
-¿Es por eso que pretendes
saborear mi bizcochuelo
y llevarme con palabras
a mi punto caramelo?”.
-“Oye, aparte de sabrosa
te muestras inteligente,
ya te han comido mis ojos,
quieren comerte mis dientes”.
Cuando escuchó estas palabras
ví que cambió su mirada,
supongo que habrá pensado:
“Este loco no es pavada”.
Allí aproveché el descuido
y salté tras la vitrina,
cuando estuve a tranco de ave
se nublaron sus retinas.
Se puso muy colorada
y al creer que ya era mía
le dije con voz radiante:
“amásame, soy tu harina”.
Me golpeó con esa pinza
con que atrapa las facturas
y sentí en aquel instante
que eran muchas mis fisuras.
Me doble hasta que mi frente
se juntó con mis rodillas
y escuché que un alarido
resonaba en mis costillas.
Entre estrellas y dolores
recordé aquel mediodía
en que mi padre me dijo
los secretos de la vida:
-“Si quieres que te sonrían
los favores de las damas,
por nada las contradigas
y llegarás a sus camas”.
Fue tan sabio su consejo
que aprobé con mi semblante,
él tomando mi manito
me llevó al Jardín de Infantes.
Volví al presente y me dije:
-“Me gusta esta panadera,
tendré que ser muy astuto
si pretendo sus caderas”.
Me dejé caer en el piso
más tonto que de costumbre,
ella un poco confundida
me miró con mansedumbre.
Cuando la vi arrepentida
me hice el muerto pues sabía
que las damas a los muertos
le dan piedad todavía.
Se agachó para ayudarme
con su rostro preocupado,
puse cara de ternero,
de ternero degollado.
Me pidió que la disculpe,
que no quiso hacerme daño,
yo pregunté:-“¿Qué me pasa
que me siento tan extraño?”.
Con un dejo de ternura
me dijo:- “¿Qué es lo que siente?”,
yo mientras me derretía
le contesté simplemente:
-“No recuerdo ni mi nombre,
o si he muerto y soy despojo,
solo sé que tengo un ángel
adelante de mis ojos”.
-“¿A perdido la memoria
y mi ataque es el motivo?,
¿si ese golpe lo di un palmo
más abajo de su ombligo?”.
Tuve que ser ingenioso
porque la ví desconfiada,
le dije en tono penoso
para que no se angustiara:
-“No recuerdo los detalles
pero causa hay una sola,
seguro que hizo su arte
una bella carambola”.
Me miró otra vez sedosa,
derramada de dulzura,
no, no es lo que se imaginan,
solo la calle está dura.
-“Venga y tómese de mí
que lo llevo hasta la puerta,
seguro que allá en su casa
la memoria se despierta”.
-“Ni modo aunque lo quisiera,
no sé bien si tengo hermana
y como si fuera poco
preciso una palangana”.
La conmovió mi pureza,
harina de cinco ceros,
supo allí que mi alma es blanca
y mi corazón sincero.
Se acercó y me tomé de ella,
puse mi oído en sus lirios,
y pensé por un momento
que era verdad mi delirio.
Retumbaban los tambores
en el centro de su pecho
y sentí que sus merengues
desbordaban de los lechos.
“Ay Señor del extravío
que me corten cimitarras
si no puedo con mis manos
afinar esta guitarra”.
Me dijo que en la trastienda
podía descansar un rato,
cada vez que lo recuerdo
se me salen los zapatos.
Me levanté despacito
tomado de su cintura
y pensé con regocijo:
“Ojalá no tenga cura”.
Caminamos hasta un cuarto,
con ternura me trataba,
cada paso se hacía un lazo
que a su talle me amarraba.
Quitó llave de la puerta
y cuando estábamos dentro
dijo: -“acuéstese en mi cama,
estos son mis aposentos”.
Exclamé: -“¿Quizás moleste
mi presencia inoportuna?,
respondió: - “No se preocupe,
duermo sola o con la luna”.
A veces son los impulsos
una visita no grata,
cuando escuche esas palabras
me nació un: “Viva Zapata”.
Habrá pensado: “Está grave”
porque no me dijo nada
y con su mano de seda
llevó este loco a su almohada.
Cuanta razón que tenía
mi viejo cuando de infante
me dijo que triunfaría
con paciencia de elefante.
Allí me quedé esperando
tendido sobre su cama,
esperando que volviera,
como pichón en la rama.
Volvió al cabo de un ratito
y preguntó: -“¿Se le pasa?”,
le dije: -“Me siento solo,
¿Dónde quedará mi casa?”.
Fue de nuevo hasta el negocio
y se escuchó la cortina,
por venir a acompañarme
cerró la Panadería.
Regresó en aquel instante
para sentarse a mi lado,
le pedí: -“venga recuéstese,
¿no ve que estoy hecho un pavo?”.
Pasado un lapso de tiempo
le sugerí que me abrace
porque quizás con cariño
mi pasado recordase.
Comí budines gloriosos
pero aquel bocado guay,
cucharita a cucharita,
me entregó su Lemon Pai.
Tiramisú, Selva Negra,
todos sus gustos probé,
de arándanos y amapola
era su dulce y su miel.
Después mil noches pasaron,
o quizás tan solo cien
pero en todas nos pintamos
con chocolate la piel.
Un amanecer tormenta
desató con sus palabras,
mejor mata por la espalda
pero tu boca no abras.
Al hablarme vi en sus ojos
una mirada nublada,
me confesó que de otro hombre
ella estaba enamorada.
-“¿No lo dijiste a la noche,
lo dices a la mañana,
después de que tantas migas
derramamos en la cama?”.
-“Quise guardar el recuerdo
de tu bello chicarrón,
por eso es que lo confieso
llena en lujuria y pasión”.
-“¿Y quién es, puedo saberlo
el que tu amor ha atrapado
y robó sus pastelitos
a este pobre desgraciado?”.
-“Lo conocí este domingo
cuando viajé a Quitilipi,
tiene la barba muy larga
y curte mambo de hippie”.
Se encendieron sus ojitos
mientras me lo describía,
como lo dijo mi viejo:
“Has perdido la partida”.
Y yo que sé que en la vida
hay que ganar y perder
me di cuenta en ese instante
que me dejó de querer.
Visité todos los rubros
en mi eterno enamorar
pero nada fue más dulce
que comerme aquel trigal.
Le di un beso a sus merengues,
con el alma los besé,
agarré tres bizcochitos
y a mi casa me marché.
Mi padre me dijo al verme:
“No te quejes de la suerte,
los hombres con los tropiezos
a veces se hacen más fuertes”.
Superado el abandono
volví a mi vida de antes,
para ampliar conocimientos
retomé el Jardín de Infantes.
Al regresar a las aulas
había una nueva maestra,
no estaba más esa ingrata
que mis piropos detesta.
Era una bella criatura
que me enseñó a deletrear
una a una las vocales
de su bello Lemon Pai.
Aprendí de esa maestra,
de su saber no me quejo,
pero que sabio fue el viejo
cuando me dio aquel consejo:
“Disfruta de los momentos,
solo se vive una vez
y los momentos se escapan
bajo el andar de tus pies”.
|