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Dedicado a mi primo Cristian Valencia Vásquez, Q.E.P.D.


Los primeros días de diciembre ya se mostraban distintos a cualquier otro del año, se podía oler el verano, la libertad al terminar otro año escolar, las anheladas vacaciones.

Teníamos en esa época unos 7 u 8 años de edad, los problemas económicos obligaron a padres, tíos, primos y abuelos de mi familia, a vivir todos bajo el mismo techo, una casa quinta, grande, con un patio lleno de árboles y escondites secretos. Eramos en total 7 primos, que jugábamos desde que amanecía hasta que la abuela nos perseguía a escobazos de noche para que nos fuéramos a acostar.

Nunca nos dimos cuenta de los milagros que hacían los “grandes” para que pudiéramos comer, o para que no faltara el pan en la mesa, nada importaba, éramos los chiquillos más felices de todo el mundo.

Cuando llegó la navidad, nunca faltó regalo para nadie, pero lo más emocionante era el día siguiente al año nuevo, ya que en carabana partíamos todos juntos a la playa por todo el verano, y no regresábamos hasta el domingo antes de entrar a clases en marzo.

Nuestros padres solo iban los fines de semana, ya que el trabajo no les permitía que fuese de otra forma, por lo que quedábamos los siete a cargo de la abuela, quien con una fortaleza admirable, hacia los aseos, la comida para el batallón y nos lavaba hasta los calzones.

Una tarde despues de almuerzo, comenzamos a jugar a la entrada de la casa, el juego consistía en amarrar una cuerda alrededor de un pilar de cemento, y desde el otro extremo la sostenía mi primo Mauricio, que era el más grande y fuerte. Uno a uno nos fuimos columpiando, uno a uno, sin darnos cuenta que el pilar apenas resistía nuestro peso.

No recuerdo bien que pasó, pero cuando reaccioné mi primo Cristian estaba en el suelo, bajo el maldito pilar derrumbado. Su sangre corría cerro abajo como intentando arrancar de la tragedia de acababa de ocurrir.

Todo fue muy rápido, un taxi, la abuela con su delantal ensangrentado....

Quedamos solos mirando las ruinas y el atardecer, creo que nunca sentí mas frío que ese día.

No entendíamos porque las vacaciones fueron abruptamente terminadas. El viaje de vuelta fue tenso y silencioso. Nadie se atrevió a hablar.

Los papás de Cristian venían en otro auto, atrás del nuestro, la tía evitaba mirarnos, quizá con una rabia impotente, cuestionándole a Dios porqué no fué uno de nosotros el que iba atrás en el cajón.

Cristian, mi niño, la muerte jugó con nosotros aquella tarde de enero, se columpió con cada uno, pero sólo te escogió a ti.

Perdóname primo, por no comprender en ese instante tu partida, por no besarte antes de partir, por permitir que la vida siguiera, por esperar tantos años y no atreverme aún a decirte de una vez adiós.

Texto agregado el 28-05-2004, y leído por 323 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
24-04-2006 no hay nada mas desastrozo que perder a un ser querido, mas aun si este es tan joven. Luisitu
05-04-2005 uufff estoy lleno de escalofríos, que recorren por mi espalda, "la muerte jugó con nosotros aquella tarde", casi me mataste con esa frase, la historia, la estructura.. uuffff todo, lo lamento por tu primo de verdad que si por duele que los niños se vayan sin vivir, pero gracias a eso escribiste esta obra que le homenajea... no se que mas decir, eres... mateoroquesk
30-03-2005 Me gusto mucho, una despedida a alguien tan cercano, tan dolorosa. Isamar
10-01-2005 ay! como texto es muy bello... como experiencia, quisiera que jamás me sucediera o a nadie! =( Lo siento muuuchoo!!=( MeLihErAq
24-08-2004 Dios que duro mi niña. Has tenido fuerza al contarlo aqui, elaborando esta despedida. Un abrazo fuerte burbuja
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