Apariciones
Un día, en medio de una noche helada cuyo viento hacía el amor con el humo de mis inciensos de canela color bermellón, justo a la media noche, a la luz tenue de las velas, después de recordar el eco de mi propia voz diciendo mis oraciones, una mano blanca y suave vino a mi volando de la nada. Me tocó el rostro y me sorprendí.
Era una mano, pero mientras el viento emancipaba su bien obrada excitación, el vapocillo denso de mis inciensos de canela osciló bailando cadenciosamente al ritmo acompasado de mi corazón. En un parpadeo- que quizá duro toda la noche- la mano blanca y sedosa ya no estaba flotando sola en el éter. Había ahora una figura tan hermosa como imposible ante mis ojos llorosos de la sorpresa.
La figura sonrió con bondad bendita, con una beatitud indescriptible. Alejó la mano prístina de mi rostro y la juntó con su par en el regazo cubierto de vaporosa vestimenta.
¿Era un ángel? ¿Un espíritu errante buscando consuelo? ¿Un demonio seductor con labios de carmín y senos blancos y redondos como copos de nieve?
-Vine a concederte belleza- dijo la figura con su voz de pájaro como respondiendo a una pregunta que yo no había formulado.
¿Qué podía decir yo? Medité unos segundos y cuando me disponía a responder, un calorcillo enérgico se posó en mi hombro, como si una llama juguetona y danzarina hubiese decidido albergarse entre las guedejas de mi cabello. La incredulidad se tragó mi voz de nuevo al mirar de soslayo unos ojos verdes que centelleaban entre la media luz de mi altar. Los ojos centelleantes dejaron de chispar y después de otro parpadeo, las llamas doradas de mis velas se habían fundido formando una nueva figura no menos bella que la de la sonrisa de carmín.
¿Quién era esta moza hermosa de barbilla grave y mirada perspicaz? ¿Qué sendero había equivocado para haber llegado a mi lado así nomás?
-Vine a hacerte sabia- habló sonriente y solaz con voz potente pero casi fantasmal.
Entonces, ofreciendo sabiduría, pensé, no anda tan perdida esta joven beldad. Me aclaré en un ronquido la garganta para obligar a mi voz a hablar pero el viento me ganó batiendo a mi izquierda las campanas, llevándose en el tintineo mi susurro, confundiéndolo con su cantar.
Todo fue muy rápido y en lo que en el cantar pensaba, ya el viento me rozaba la mano dulcemente como queriéndome calmar. Respingué de nuevo al divisar muy cerquita una cabellera reluciente acompañada de una vista espectacular. Ni más ni menos que una ninfa del paraíso del fauno parecía haberse materializado donde las campanas no dejaban de tintinear.
¿Una ninfa? ¿Aquí en mi hogar?
- Vine a concederte el don de la justicia- susurró con su voz de metal.
Por poquito grito al mundo confesando mi locura. ¿Belleza?, ¿justicia?, ¿sabiduría? ¡Vaya dones ofrecidos! ¡Vaya susto! ¡Vaya visión!
Mi garganta seguía muda. Mis ojos ahora estaban secos y el frío infame carcomía mis viejos huesos sin compasión.
-Elige sólo un don- mis oídos se estremecieron con la voz acuosa en la que se había transformado la voz de las tres bellezas de la aparición.
-Elige el mejor- cantaron en coro las figuras enjoyadas con zafiros, flores y armas.
Nos quedamos en silencio un rato, un parpadeo. Repasé mi vida preguntándome qué don convenía más. Pestañeé de nuevo. Suspiré más de una vez rompiendo el sacro silencio oscuro. Miré mis manos algo resecas de tanto trabajar. Me hinqué despacio no haciendo caso al rechinido de mis piernas y bajé la cabeza para meditar.
Por fin abrí la boca en medio de la noche helada de destellos opacos, mi voz sonó casi normal aunque un tanto temblorosa.
-Señoras, os agradezco el presente, pero soy mujer, tengo 78 años, soy ya bella, sabia y justa… a mi edad, soy todo eso y mucho más. |