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“Nunca pude entender la conversación que sostuve con una señora, hace muchos años, tenía yo diecisiete, ella treinta. Era la noche de Navidad. Habiendo convenido con un vecino en ir los dos a la misa de gallo, preferí no dormir; acordamos que yo iría a despertarlo a medianoche.”

Misa de gallo
Machado de Assis



No recuerdo un diciembre más cálido que el de aquel 1856 en Río. Durante la espera, la ciudad se preparaba para arrancar a correr hasta el delicioso amanecer. En el cielo naufragaban estrías de luces cuando ella me desenterró de las tinieblas.

Dos marcos grises le retrataban unos iris intensos de tez marrón cristalizada, el rostro estaba ensalzado por un cabello ensortijado, y su olor, a hierva fresca, me atiborró las arterias de primavera.

Me lanzó un vistazo desde una esquina y me alcanzó los pasos mientras estaba a media asta entre el andén de mi casa y el de mi vecino. Ya se acercaba la hora del encuentro y decidí esperar en la puerta a que minutero y segundero se besaran al fin, en el doce del reloj. No recuerdo si era tan alta para haberla besado de frente, o tan pequeña para haberla encarcelado entre mis fauces y adorarla sin pesar. Para entonces, yo era un niño vehemente con muchos años de letras por echarme encima.

- ¿Es usted Joaquin María Machado de Assis? – preguntó sin saludar mientras yo me desmayaba en su cadera.
- así fui bautizado – contesté sin esfuerzo. Ella siguió - lo he buscado por largo rato. Vine a hacerle una entrevista -

Maria Antonia venía de una pequeña ciudad colombiana colgada de la cordillera de los andes. Yo vivía en Río de Janeiro desde que nací. Ella era periodista, yo soñaba con serlo. Me hablaba con intensidad y con histeria mientras intentaba convencerme de su locura: había venido a Brasil echándole reversa al tiempo para entrevistar a un hombre que sería un escritor famoso. Ese hombre era yo.

Me habló mucho de su vida, pero yo poco de la mía. Todo cuanto quería decir de mí mismo, ella ya lo conocía. Me hizo pocas preguntas. Le di muchas respuestas. Ella lo escribió todo, pero no dejó de clavar sus escleróticas en mi flacura excesiva y en mi palidez permanente. No me tocó, pero lo hubiera deseado, aunque el pecho me ardía hasta el infierno de los suspiros. Sólo se limitó a rastrear mi alma.

- Es usted un gran escritor, y quiero pedirle que me hable de su país – declaró sin vergüenza. Yo callé con regocijo y la miré con hambre.
- Si es así, - le dije - supongo que habrá leído algo de lo que he escrito –
- Sí, leí un cuento que se titula “Misa de gallo” – respondió entre paréntesis, ecuánime, bella. Ni las tinieblas hubieran podido devorarla.
- ¿No tengo idea de qué cuento habla?- exigí
- En unos años podrá conocerlo –

Las palabras escapaban de su boca y llegaban a mí como viniendo del paraíso. El cuerpo me pesaba como en un sueño, era la marioneta de una musa desconocida y eso me rezagaba en melancolía.

- ¿Por qué estoy hablando español?- me quejé con la agonía de una luciérnaga asfixiándose en un puño.
- La autora de este cuento no habla portugués -

Jamás me sentí más estúpido. Pasé de escribir a ser descrito por una mujer de la que nunca sabré cuán tímidas son sus manos, ni cuán dulce sabe su espalda a dos centímetros de su cuello.

- Joaquín, ¿cómo es Brasil? – interrumpió descarada.
- ¡Pero señora! ¡Estamos en Brasil ahora mismo! ¡Podrá describirlo como le de la gana! – prediqué con ira
- Esto es un sueño. En la vida real la autora de este cuento no ha venido nunca a este país. Si no me habla un poco de él, no podremos terminar la historia -

Todo a mi lado se me borró. La tierra y el cielo se besaron sin dejar un vértice de luz o noche, y las paredes cayeron a los pies de un ese momento inmarcesible. Sólo los campanazos que anunciaban un nuevo día lograron despertarme.

- Poco importa lo que diga si a fin de cuentas la autora del cuento se va inventar mis parlamentos - protesté
- Es cierto. Pero ya no puede renunciar. Joaquín, ¿cómo es Brasil?- insistía ella con arrogancia.

Me hallé recitando versos de un Brasil que no entendía. Era muy joven para hablar de mi país. Cuando uno es joven no puede degustar la dulzura del suelo que le detiene los pasos. Pero cansado de renunciar expliqué sin remedio:
- La tierra es la misma en todos lados. Un país no vale por lo que es sino por lo que nos hace sentir - El silencio siguiente nos abrazó con sus minúsculos tentáculos. – Entonces – me declamó extasiada - ¿Cómo es el Brasil de sus sueños? – ahí por fin me entregué.

- Es alegría. Aquí paso días enteros donde sólo se ven sonrisas en las calles, cada paso que doy me conecta con una nueva felicidad. Por eso cuando respiro este aire quiero extender los brazos y dejarme contaminar de la dicha, enmascarada en serpentinas y música y libertad. no hay nada mejor que amanecer aquí desorientado, recorrer aunque sea un trozo de los más de ocho millones y medio de cultura y tradición brasileña, y dejar que el espíritu se excite con esa fuerza increíble –

Mi discurso chapuceaba entre la realidad y mis ficciones infantiles. No había tenido recursos para salir de mi casa, ni mejorar mi lenguaje, ni estudiar lo mucho que hubiera querido, pero en la gratuidad de la imaginación todo se hacía posible. A veces pienso que todo fue una escena nauseabunda que fui construyendo para hacerla parte de mí, y cuya verdad moribunda se tropezó en el regreso.

- Me tengo que ir – terminó al fin – ya es hora de que disfrute su nochebuena – Sus ojos lamentaban la pérdida del instante que moría, pero su única señal de gratitud fue un volante con letras rojas que decía “escribir es dejarse recorrer de ese espíritu sagrado”. Aún no sé cómo supo que sería escritor. Tampoco sé si fue ella quien, esa noche, decidió que lo fuera.

Texto agregado el 20-06-2009, y leído por 152 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
20-06-2009 Te doy 5*. no sé por qué, pero tu vanidad me dice a gritos que te lo mereces. vorum
 
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