17 de mayo

“La capital está envuelta en penumbras vespertinas.”(*)
Si bien no nieva, la lluvia cae lentamente
opacando la luz de los faroles dormidos
y el viento no gime, llora en silencio.

Montevideo hoy es distinta, es cierto.
En la esquina del café de siempre,
las palabras confundidas caen de verso en verso
como hojas de plátanos cansados del invierno.

Y las baldosas rotas,
que salpican de tinta a los transeúntes,
descubren baúles de letras de ayer
que se agitan para no caer en el olvido.

Gota a gota la ternura teje un río interminable
que corre en forma incomprensible
por valles que desconozco.

Y los minutos, que pasan fugitivos de las horas,
paralizan los segundos en un estático soplo
fusionando mentes ajenas en emoción y pensamiento.

Quizá el susurro de sus lecciones
las vuelva grietas universales
por donde corra el agua fresca en tierras secas.

Quizá su voz no se pierda en el camino.
Quizá la lágrima con el tiempo sea sonrisa
y la palabra que queda sea semilla.

Pero hoy… en este taciturno eterno domingo,
una niebla indecisa espesa la pausa del último suspiro
y adormece el lamento que nace en el descanso.

Y aquí, en medio del remanso de tenues desaciertos, pienso…

Tal vez la Luz de allí era más fuerte
que cambió la luz del día por su Alegría,
y así la triste rosa de la muerte
llevó a sus labios su amor, su compañía.

Tal vez en este año debían volar las plumas
y viajó más allá, con Idea y sus ideas
dejando al río mar en llanto y brumas.
Tal vez no pudo más brillar su tea.

Serán, lo sé, inútiles pensamientos inconscientes
de un alma de este río como otras,
que camina, se desanda, desvaría, se demora;

Mientras el lápiz juega entre dedos insolentes,
y rasguña el papel con letras amorfas
oscilando en un adiós y un hasta siempre.


(*) Primera frase del cuento titulado Tristeza de Antón Chejov.