Ese día mi papá había decidido poner más atención a nuestras tareas. Mi hermana sentada frente a su escritorio, yo frente al mío, envueltas en una atmósfera que para nosotras en esa época era pesada y oscura, y mi papá cerca, como un faro de luz enceguecedora vigilando todos nuestros movimientos. Yo tendría 10 años y mi hermana 13, edades en las que sentíamos casi la obligación de sublevarnos, y que mejor forma de rebeldía que el intercambio de mensajes secretos que con cautela preparábamos con palabras envenenadas contra el enemigo y pasábamos de un escritorio a otro con extremo cuidado, porque a pesar de nuestros deseos de rebelión la valentía no nos alcanzaba para sublevarnos a viva voz contra aquel vigilante.
Uno de esos intercambios secretos fue interceptado por el enemigo: tomó el papel, y después de luchar contra muchos pliegues y arrugas, lo leyó. De repente la cara de ese guardián represor se transformó en la cara de mi papá, que con los ojos vidriosos solo atinó a decir: ¿Ustedes creen que yo soy así? ¿Porqué dicen estas cosas?. Yo solo miraba esos ojos muy brillantes como dos bolitas de cristal. Él se dio vuelta y camino hacia su habitación, no dijo nada más, yo no sabia que decir, mi hermana parecía tan confundida como yo. ¿Que hacer? Sentir miedo, tristeza, vergüenza o simplemente seguir con la frente en alto ante nuestra batalla ganada. Yo no era muy buena para las batallas, más bien cobarde e incapaz de alzar armas contra mi familia, mi hermana, era mas valiente pero más sensible. Así que llenas de arrepentimiento, tomadas de la mano, yo casi que escondida detrás de ella, fuimos a la habitación de mi papá y con los ojos llenos de lágrimas le pedimos que nos perdonara, prometiendo que nunca lo volveríamos a hacer y jurando por cuanto nos parecía sublime que nunca más diríamos esas cosas de el. Mi papá, ese señor de manos grandotas y cara sonriente, no nos miró, solo le escuchamos decir: No.
Nunca habíamos pensando en esa posibilidad, no sabíamos siquiera que existiera, ¿que iba a pasar ahora que mi papá no nos iba a perdonar? Estábamos preocupadas, mi mamá no llegaba a la casa, mi papá seguía en su habitación, y nosotras como abandonadas en un desierto inmenso no veíamos un oasis. No se cuanto tiempo paso, minutos, horas, segundos... de la nada como un espejismo apareció mi mamá en su carro, y en cuanto estaciono corrimos a su encuentro, yo estaba llena de palabras, le explicaba de una y otra forma lo que había pasado. Mi mamá nos miraba como damnificadas de un desastre natural. Mientras caminaba hacia la puerta oía mis palabras enredadas, explicaciones incompletas y el llanto de mi hermana. Mi papá salió a saludarla, aún con esa mirada cristalina, se fueron a la cocina mientras nosotras en la sala esperábamos la sentencia.
Este episodio, que en total creo que duró como tres horas, fue para mi la demostración más real del amor de mi papá, del cataclismo que una niña de 10 años y su cómplice de 13, pueden causar en el corazón de un hombre tan grande, tan fuerte; un hombre que se vuelve un alma indefensa ante sus pequeños amores. |