I
La eternidad hace que el tiempo de la vida parezca efímero.
Habían llegado alrededor de las cinco de la tarde en
un automóvil negro, pidieron la habitación junto al parqueadero, eran tres mujeres y un hombre, llevaban tres botellas de whisky, y parecían haber bebido otras tres, entraron en la habitación y no pidieron nada más a la camarera.
Tenía el rostro curtido por la soledad, cansada del mismo trabajo impuesto por la necesidad, cansada de atender a gente que nunca siquiera la miraba a los ojos o le ofrecía un agradecimiento.
Comenzó a oír un ruido: era de la habitación que alquilaron hace pocos minutos, gritos de mujeres, risas jocosas, que todavía le hacia odiar más a la gente que acudía a ese motel. Oyó el chasquido de la chispa al prenderse el calefón del yacuzzi, debían estar en el baño, desvistiéndose, teniendo en sus cabezas todos los más pervertidos y sádicos pensamientos, de placer, odio, y resentimiento. Ese resentimiento que ella tenía y que en especial ese grupo hacía que se enardeciese mucho más esa llama, ese resentimiento de su soledad, ella sola, y las tres mujeres un solo hombre, que compañía tan sublime y arrebatadora, era como un circo, ella, el espectáculo, la mujer rara, mientras ellos en su jocosa diversión, burlándose y disfrutando a costa de ella que sufría al esta expuesta a tanto repudio.
Tenía que vengarse, pero no una venganza superficial, en su cabeza estaba las dos opciones que podían hacerla llegar al objetivo propuesto. Eso era: llamaría a los periódicos y a los policías, haría el peor de los escándalos, diciendo que en la habitación se encontraba un hombre con cuatro menores de edad, así no se los llevaran los policías, ya que no sabía si eran menores de edad, los periódicos sensacionalistas y amarillistas si publicarían la noticia. Ya veía el perfecto elipsis de los encabezados: ¡Pervertido hombre cuatro menores! o mejor aun: ¡Cuatro mujeres pervierten a santo hombre!, sería mejor e incluso vendería más periódicos, y ella sería famosa, aparecería su cara en el periódico, con el titular que incluso relegaría a segunda plana el otro: ¡Valerosa camarera salva a honorable hombre de mujeres pervertidas!, y saldría su declaración en la televisión:
-Me puede contar como fue los sucedido- diría el periodista.
- Bueno al comienzo fue algo terrorífico- y claro santiguándose-, esa mujeres tenían cara de llevar el demonio dentro, y yo claro, como fui criada como católica ortodoxa, amante de nuestro señor y todos sus santos creyentes, no podía permitir que se llevara a cabo semejante atrocidad.
-Y como se le ocurrió llamarnos, ya que podía quedar al público su identidad y ser perseguida luego por estas terribles mujeres.
-No me importó- diría con la voz más celestial del mundo-; yo sabía que mi señor me protegería.
Y así pensaba la camarera que en pocos días se convertiría en la sensación de la prensa y la nueva santa de la iglesia, y mejor aun se vengaría de una vez por todas, de todas las personas que la hostigaban en ese motel.
Aunque sabía que sería la mejor forma de vengarse, era demasiada humillación para los pobres jóvenes; que aunque en ese momento los odiaba reflexionó y se dio cuenta que no eran los causantes de sus problemas. Así que los haría asustar y dejarían el motel y no pensarían más en sus planes de perversión. Sabía que el calefón estaba prendido y ellos dentro del yacuzzi, taparía con una almohada la rendija por donde salen las emisiones de gas, y así los jóvenes al asustarse por que les faltara la respiración saldrían despavoridos desnudos ante todos. Sería una humillación, aunque no tan grande, pero en fin una humillación. Y en efecto ese fue el plan que llevo a cabo.
Esperó varios minutos, horas, y los jóvenes no salían, pensó que al sentir el gas decidieron apagar el yacuzzi y dirigirse al dormitorio donde completarían su hazaña. Sin ningún otro plan y ya cansada de pensar, decidió retirar la almohada de la rendija y se percato que el calefón estaba apagado, así que se resignó a estar en la recepción en espera de otro receptor apto para su odio.
Nadie más llegó durante la noche y se le hacía extraño que una pareja –y en este caso un grupo- se quedara toda la noche. El motel estaba vacío y ya pasaban de las dos de la madrugada, así que decidió dormir un poco.
Se despertó alrededor de las seis de la mañana, y se dedico a cumplir con sus tareas cotidianas, su turno terminaría en un par de horas y de olvidaría de la terrible noche que pasó al no poder cumplir su cometido.
Era la hora de salida. Pero no podía irse hasta cuadrar las cuentas de caja, y no podría hacerlo hasta que esos jóvenes se fueran.
Golpeó varias veces la puerta esperando una respuesta, pero nadie salió. Espero una hora más y volvió a intentar, pero nada. En su cabeza crecía cada vez más el odio por ese grupo. Pensó que se habían escapado mientras ella dormía, así que corrió hasta donde estaba parqueado el automóvil, y se percato de que estaba encendido, corrió hasta este, pero no estaba nadie dentro, el joven lo había dejado encendido de lo borracho que estaba. La ventana de la habitación que daba al parqueadero estaba abierta, decidió asomarse y decirles que ya era hora de irse, no había nadie, sólo unos pantalones sobre la cama y nada más. Se alcanzaba a ver la puerta semiabierta del baño y la luz encendida, pero ni un solo ruido, era como si fuese otro mundo que estaba aislado de la realidad en la que ella pensaba estar. Ese aislamiento tan hermoso que sólo existe en los cementerios y en los cuartos deshabitados durante mucho tiempo, como si la mano del hombre hubiese dejado lo único hermoso que posee a su haber: el olvido.
Después de esperar varios minutos frente a la ventana pasmada, sin saber que hacer, teniendo en su cabeza los más absurdos pensamientos, decidió entrar. Fue en busca de la llave de repuesto, pero nunca nadie encuentra nada en esas circunstancias. Corrió nuevamente hacia la ventana y entró por ella, al poner el pie en el suelo, fue como si se hubiese transportado hacia ese mundo maravilloso de aislamiento; era un ambiente tan pesado, e imposible de soportar para una persona que tiene varios pensamientos en su cabeza. Al lado de los pantalones se encontraban las tres botellas de whisky vacías. Pero eso no le importó, lo que la agobiaba era esa puerta; esa puerta semiabierta. Caminó hacia la puerta y la abrió de un solo empujón, en el yacuzzi, con agua verde, se encontraban cuatro bultos rojos mirándola con sus ojos opacos, sin vida, como pidiéndole otra oportunidad.
Al ver los cuerpos inertes, pensó en lo que diría la gente, de seguro tendrían las teorías más absurdas sobre lo acontecido, sobre las noticias que saldrían en los periódicos, sobre las tres mujeres y un solo hombre, no les importaría siquiera la protagonista del hecho, sino ese grupo tan menudo, tan extraño, y serían tan variadas y tan diferentes, desde la más sana en la cabeza más pura, “eran hermanas y de seguro, es más, imposible que hayan estado con ese muchacho, sólo estaban tomando y buscaron un lugar seguro para estar”. Las neutras que siquiera darían importancia al tema, tomándolo como asunto de la vida cotidiana, “ah, si oí esa noticia pero allá ellos, es su vida, sabía que eran hermanas pero las hermanas también se divierten”. Y las mentes que siempre gustan de hacer quedar mal a la gente, incluso burlándose de las mentes sanas, “no, como vas a creer que sólo fueron al motel a beber, no importa que hayan sido hermanas, igual las tres se turnaban para estar con él, me asombra que tengas esos pensamientos tan buenos, la gente no es buena”. Y todo eso se diría en una conversación, de una oficina, de amigos de trabajo, o incluso de una familia, pero siempre sería la misma, exactamente la misma. Ahora ella estaba pensando su teoría pero no sería sobre ellos (ellos no eran los verdaderos protagonistas), sino sobre como saldría del lío en el que se encontraba, “si, yo golpee varias veces la puerta y pensé que se habían escapado, así que corrí hasta el automóvil y vi que estaba prendido, me acerqué y no estaba nadie, después vi por la ventana y todos estaban rojos, mirándome como si fuese la culpable de su desgracia, con esos ojos opacos y blanquísimos, y me di cuenta que por la ventana entraba el humo del carro y sería por eso que estaban rojos y mirándome”, pensó que debía mover los cuerpos y limpiar el yacuzzi, así que su historia no valdría la pena, mejor diría que se ahogaron con el gas del calefón, culparía al dueño del motel por ponerlo ahí, y a los bomberos por darle el permiso de funcionamiento, y así se libraría.
Llamó a la policía y contó lo ocurrido, omitiendo obviamente que puso una almohada por donde salen las emisiones de gas.
Cuando llegaron los policías y los medios de comunicación, los llevó de inmediato hacía la habitación, comenzó a contar nuevamente lo ocurrido, pero tan nerviosa, y con sus pensamientos estrujándole el cerebro, que declaró toda la verdad, que lo había hecho a propósito aunque no pensaba que ese iba a ser el resultado, que sólo quería asustarlos, les habló de su ira, de su venganza, de su rencor, y terminó llorando sumida en sus pensamientos.
Y mientras los policías la esposaban y cubrían los cuerpos, ya se imaginaba su rostro en la fotografía de la portada de todos los periódicos del día siguiente, con sus ojos perdidos en la infinidad de sus pensamientos, y con el encabezado: ¡Valerosa camarera salva a pobres jóvenes de vida tormentosa!
Al día siguiente los periódicos y noticieros daban un reportaje superficial sobre lo acontecido en el motel. Y en pocos días no se hablaba más de ello, la gente ya lo había olvidado.
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