Una piedra golpeó contundente su cabeza. Cuando despertó en la habitación del hospital, consternado observó un mono de circo que lo auscultaba mientras las enfermeras; acróbatas chinas que entre piruetas y contorsiones, se desplazaban de aquí para allá acatando las ordenes del simiesco doctor. Dos malabaristas expertos, se lanzaban cuchillos entre si atentando contra sus propias vidas en tanto que en la lámpara de la habitación colgaba el recepcionista; trapecista alegre que se balanceaba utilizando como improvisada malla de seguridad, la cama del herido. La puerta se abrió y de ella apareció un escupe fuegos escoltado por un grupo de payasos hiperquineticos, estos últimos se gastaban bromas pesadas entre ellos ante la mirada atónita del convaleciente que sonreía fascinado al ver tanta versatilidad e histrionismo. Sin duda alguna había ido a parar al mejor hospital del mundo.