Con un canto alegre y tortuoso se alejan las aves libres por el horizonte vasto de purpúreos rayos engalanado. El viento mece perezoso las hojitas de color de oro del peral y una titilante estrella se asoma ya por ahí entre el azul grisáceo del cielo dormido; el sol majestuoso y cálido da un paso más hacia el oeste de montañas blancas y frías, se aleja, se aleja y la luna nueva, plateada orgullosa, se desfasa dos grados al meridiano para que se la pueda ver, las aves soñadas ya no cantan, la línea roja del horizonte ya no se ve, el sol ardiente se aleja, se aleja, ya no se ve. En el cielo la luna altiva sin vernos, nos ve. La estrella brillante se ha multiplicado, ahora son más de cien. El cielo dormido ha despertado, el viento dulce sabe a miel, veinticuatro deliciosas horas han pasado desde el anochecer de ayer.