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Adán y Eva

Sus ojos cafés parpadearon varias veces para sacudirse esa imagen que parecía una ensoñación, ahí estaba ella, la misma niña pequeña y enjuta de caderas deliciosamente anchas y cabello oscuro que solía bailar semidesnuda junto a él bajo el puente junto al arroyo. El rostro ovalado se mostraba más maduro y sus labios lucían un carmesí como de rosa en verano.
Diez años de recuerdos galoparon en su mente para luego arrastrarlo al remolino de emociones en su corazón.
-Siete años- pensó- Siete años juntos y se fue.
-Pero ya regresó- le dijo una vocecilla muy dentro.
-Es mucho tiempo sin verla ni saber de ella- dijo para sí parpadeando de nuevo para sacarse a la mujer que se le había metido por los ojos otra vez. Sin embargo no pudo evitar imaginar cómo se sentiría su piel húmeda en los labios. Detuvo su fantasía al sentir un calorcillo muy familiar concentrándose en su vientre. Sacudió la cabeza como reprochándole a su cuerpo desear a la niña que le había abandonado por casi siete años y que ahora regresaba como mujer.
-¡Malditas sean las hembras!- repitió las palabras de su padre y continuó su camino, volteó por última vez hacia donde estaba ella y se sobresaltó al ver la mirada de sus ojos obscuros en él, luego, el esbozo de una sonrisa. Él también sonrió.

-¿Hablarás con ella?- le preguntó su madre que estaba junto a él en la gran bodega acarreando artículos de la tienda propiedad de su padre.
-No se- respondió él más para sí mismo más que para su madre- no sé si quiera hablarme.
-Quiere- replicó doña Ana mientras se acercaba a su hijo para decirle algo bajito al oído – no la dejes ir sin decírselo esta vez- luego ella se desvaneció para dejarlo a solas.
Era curioso escuchar a su madre decirle tal cosa en ese lugar. Esa bodega había sido el último lugar donde se habían visto hace siete años. Se dio vuelta para ver la esquina detrás de los estantes donde por primera vez se había atrevido a besar unos senos blancos que apenas despuntaban con dos pequeños botones rosados. Suspiró y salió de la bodega para dirigirse a la tienda.
-La veré esta noche- le dijo al viento para que su madre le escuchara – en la celebración. Doña Ana sonrió para sí.

Era ese día la celebración de la Virgen de los Milagros y el pueblo inauguró la fiesta esa misma tarde con las primeras campanadas de las seis y los cohetones de don Elías. La banda comenzó a tocar después de misa y en el ambiente húmedo y templado la expectación de toda la gente se encontraba a tope por la semana de fiestas que se aproximaba. El aire suave era embriagador y el aroma de las ceibas en flor embrujaba a todos, hombres y animales por igual.
Obscureció pronto gracias a las nubes que amenazaban con lluvia pero a la gente no le importó, todos continuaron con júbilo los bailes y la música. Los niños corrían por las calles con bengalas encendidas, muchos se encontraban sentados comiendo golosinas. Adultos y adolescentes bailaban al son de guitarras y trompetas.
Así, entre el jolgorio estridente de carcajadas y música Adán encontró los ojos de Eva. Una brisa ligera alborotó el cabello corto de Eva haciéndola parecer una mujer salvaje y exótica, en conjunto, toda ella le estremecía. Ella observaba a Adán con un brillo en la mirada y un ligero vestido rojo de botones al frente. Su sonrisa era definitivamente una invitación a estar más cerca y el sugestivo escote del vestido invitaba a algo más. Adán sintió el calorcillo en el bajo vientre, suspiró para darse valor y se abrió paso para llegar hasta donde estaba ella.
Entre el bullicio tuvo que forcejear con varios danzantes que le cortaban el paso y pudo percatarse que Eva se alejaba de la multitud despacio, volteando a mirarle de vez en vez como diciéndole que debía seguirla.
-¡Malditas sean las hembras!- se dijo al tiempo que empujaba a unos hombretones ebrios que parodiaban un extraño baile tropical que se supone debía ser candente y sensual. Adán decidió desviar la mirada y siguió su camino siguiendo a Eva que ya había alcanzado la esquina y se alejaba más a prisa hacia donde había menos gente. Él no tenía idea de qué se trataba esa carrera pero estaba dispuesto a darle fin pronto ¿por qué corría? ¿no podía quedarse ella esperándolo para que pudiera decirle lo que había empezado hace tanto tiempo? ¿hacia dónde se dirigían? Con esta última pregunta se escuchó un estridente grito comunal cuando un relámpago azotó en las cercanías. Segundos después comenzaron a caer gotas de claro líquido del tamaño de una moneda. Toda la gente se congregó en los enlonados del baile principal y la música siguió. Adán continuó su persecución alejándose del ruido cada vez más. Sonrió al adivinar a dónde se dirigía.

Él llegó empapado a la entrada trasera de la bodega de su padre, abrió con sus llaves pero se detuvo en la entrada para mirar a la higuera en flor que se encontraba a un costado. Pudo ver en la oscuridad trazas de tela roja entre las hojas, luego entró y se sacudió el cabello. Eva salió de detrás de la higuera, entró en la bodega y cerró. Así, quedaron los dos en penumbras y silencio. Adán sentía su corazón golpear contra su pecho al ritmo de la lluvia- tap-tap-tap-tap- un goteo constante y poderoso. Quiso hablar o moverse pero fue ella la que se acercó primero y con un movimiento lento tocó el rostro varonil con sus manos casi transparentes y mojadas. Ambos sonrieron. Él tomó la mano y la beso tiernamente en la palma, luego la miró a ella. Hacía siete años que la había visto en este mismo lugar, a esta misma hora, bajo una lluvia similar. Eva temblaba y del cabello le escurrían hilos de agua que se escapaban hacia su escote acariciando su piel como caracoles perezosos sobre la arena, él los siguió con la mirada y cuando juntó el valor tomó a Eva por la cintura para acercarla, ella le ofreció sus labios como lo había hecho hace tiempo, él no pudo decir no y se acercó lentamente hasta que pudo aspirar su aliento. Rozó sus labios sobre los de ella y sus entrañas se retorcieron de gusto y pasión, su corazón arreciaba su latir con las gotas de lluvia, tap-tap-tap- ahora un golpeteo salvaje. La estrujó con más fuerzas y esta vez se dejó ir con un beso apasionado y húmedo; ella entretejía sus dedos en el cabello mojado de Adán y respondía al beso con la misma pasión, abrió los labios para que él pudiera juguetear con su lengua y sintió con gozo cómo su intimidad se humedecía ante el calor del beso que parecía ser el primero, como aquel primer día.
-Adán- musitó ella con un susurro quebradizo como el trino de un ave a lo que él colocó su dedo índice sobre los labios húmedos de ella indicándole con una mirada intensa que las palabras sobraban; luego, con un movimiento suave deslizó el dedo sobre la barbilla y fue dirigiéndose más y más bajo por el cuello hasta llegar a la pequeña protuberancia del pezón endurecido de Eva que se asomaba por debajo del vestido empapado. Ella suspiró y cerró los ojos. Adán la sintió estremecerse mientras buscaba él con su otra mano los botones le vestido y sus labios ansiaban presurosos el calor del cuello perlado de la mujer que tenía aprisionada en los brazos. La besó con esmero y cuando consiguió desabotonar la prenda sus labios se abrieron camino para saborear la suavidad dulce de los senos desnudos de Eva que envolvió de caricias su propio cabello mientras sentía con placer desbordante los breves mordiscos y succiones de él. Adán no perdía tiempo y dedicaba sus dedos torpes de deseo a desabotonar el resto del vestido.
Así quedó Eva semidesnuda con sus voluptuosos senos blancos y sus pezones rosados acariciando el aire estático del momento; la lluvia, creación de los dioses para estos momentos de arrebato seguía afuera dando a los amantes el compás a seguir con sus movimientos cadenciosos tap-tap-tap-tap. Adán recordaba que Eva era hermosa, pero ahora, siendo toda una mujer, ella era un sueño, y aunque fuera por este breve instante sería sólo suya. Eva desabotonó con gracia la camisa de Adán y lo despojó de ella mientras que rozaba temblorosa los brazos tibios de su amante, luego él la levantó en vilo, y caminó cargándola hasta la esquina de la bodega detrás de los estantes, le quitó la camisa de las manos y la arrojó al suelo para después recostarla ahí. Eva se retorció arqueando su espalda cuando su piel desnuda tocó el frío del piso que sobrepasaba la tela de la camisa blanca de Adán, el pegó la piel desnuda de su tórax a la de Eva una vez que estuvo sobre ella. La besó de nuevo. Eva restregó su pelvis contra la de él para sentirlo más cerca y sonrió con placer al sentir su pene endurecido de pasión. Fue así como ella acarició despacio el vientre masculino mientras bajaba su mano lentamente jugueteando con la piel de Adán buscando su entrepierna por encima del pantalón. Esta caricia desbordó en él una urgencia frenética de poseer el calor húmedo de Eva y gimió de placer y desesperación. Lentamente Eva le desabrochó los pantalones mientras le entregaba sus labios de nuevo, el correspondió el beso pero se detuvo para gemir con más fuerza cuando la mano de ella alcanzó a rozar apenas su miembro erecto, los pensamientos le galopaban dando vueltas y no había otro deseo en su cabeza y en su corazón que no fuera el de empujar su hombría dentro de ella para sentir una vez más el éxtasis de hacerla suya y de pertenecerle a ella en un círculo interminable de suavidad y gustos inaccesibles para tantos mortales. Adán no contuvo más su deseo carnal por Eva y se despojó hábilmente del pantalón de algodón suave sin descuidar las caricias intempestivas que prodigaba a su pareja con los labios húmedos y rojos, hinchados ya de tanto besar. Ella se estremeció al sentir la desnudez completa de ambos cuerpos en medio del frío de la tarde lluviosa, se restregó contra él como si quisiera fundirse con el cuerpo de Adán que la cubría completa y la protegía de todo. Adán siguió besándola en todo el cuerpo mientras sus manos acariciaban sus muslos trémulos y rosados, sus dedos ansiando mezclarse con la humedad voluptuosa con la que ella gritaba que estaba lista para abrazarlo entre sus piernas y hacer de este momento una eternidad al lado de los dioses, los dos como uno solo, como es, como será. Eva abrió la flor de su intimidad para su amado y se dejó ir entre murmullos de placer y locura rogando, implorando con su voz de pájaro que él le diera el sosiego de la unión de sus carnes. El hambre de poseerla era también incontrolable para Adán y no se contuvo más. Con un movimiento lento y delicioso se recostó entre las piernas suaves de la dama y empujó poco a poco su hombría dentro de ella, jugueteando con movimientos cadentes que seguían el compás armonioso de la lluvia tap-tap-tap-tap. Él se entregó con un beso dulce y ambos gimieron desbordantes de placer cuando en un movimiento limpio y final entró en lo más profundo de Eva para fundirse por fin en un solo momento, en un solo cuerpo. Todo desapareció en ese instante, la bodega, el pueblo, la fiesta, la gente, los árboles y los animales, sólo quedó la lluvia con su tamborileo constante, con su humedad que pasó a ser la de ellos, con su vida que ellos pudieron abrazar en su ir y venir constante a veces suave como una melodía, otras como un salvaje relámpago que fundía la arena con su calor.
Adán lo recordó entonces, recordó la primera vez que envolvió a Eva con sus besos y recordó las perlas de sudor que sentía aferrándose a su cuerpo desnudo y lánguidamente joven, sintió el placer del calor de su intimidad y la manera en que ella lo hacía suyo elevando sus caderas para que él se abriera camino dentro de su cuerpo. Eva acarició y estrujo la espalda de Adán, sus nalgas y sus muslos que cual ariete seguían el ritmo tambaleante de sus corazones como queriendo derrumbar sus cuerpos para que por fin pudieran descansar tirados en la tierra formando parte del todo. La lluvia los cubrió. Eva miró en el cielo raso que los rodeaba un relámpago que iluminaba todo alrededor, la electricidad rodeo sus cuerpos que cansados de esperar dejaron estallar todo el placer guardado durante siete años. Adán sostuvo los cabellos revueltos de Eva en las manos mientras ella se estremecía en un palpitante orgasmo para ser seguida por él que en su desenfreno le mordió el cuello como para asirse y no salir volando, para no separase de ella. Los gemidos y sollozos de ambos fueron apagados por el estruendo del relámpago. La lluvia se hizo una brisa que se fundía con el viento y los árboles. Las cosas aparecieron una a una, la bodega, la gente, el pueblo.
Los amantes se miraron, se abrazaron sin separarse.
-Soy tuyo- dijo él.
-Soy tuya- respondió ella en un trino para luego desvanecerse en la obscuridad.

A la mañana siguiente la gente del pueblo encontró a Adán, en la bodega de sus padres recostado suavemente en el suelo húmedo y envuelto en un perfume de flores que se extendió por todo el pueblo. Su piel antes clara se había tornado morena. Al parecer le había alcanzado un relámpago bajo la lluvia. Lo enterraron junto a Doña Ana, en el mismo sepulcro donde Eva le había estado esperando siete años.

Texto agregado el 18-06-2009, y leído por 318 visitantes. (1 voto)


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