Le escribí al tiempo, que me devolviera mis recuerdos perdidos. Y éste, me los devolvió en forma de viento y soledad. Estaba sentado en un banco de una vieja plaza de la ciudad, rodeado de coches fantasmas, junto con hojas que perecían de los árboles y palomas que se comían el desecho del dolor. Y aún así, no pude cambiar esa perplejidad que definía mi rostro, con los ojos perdidos mirando la nada misma, de la punta de mis pies. ¿Cuanto habré caminado? ¿Donde esta el inicio o el final? A veces, cuando uno cree que alcanzo el final, solo encontró el inicio y viceversa, cuando crees que empiezas a veces solo terminas. La vida es un circulo ciclotímico, en el que crees detenerte de vez en cuando, cuando simplemente sigues avanzando quizás un mismo sendero, en ocasiones decides tomar otro y cuando ninguno de ellos te convence, decides marcar uno propio, abriéndote a posibilidades infinitas, que quizás te regresen a uno ya andado. Y esto, no será producto del azar, sino producto de tus propias inquietudes que te van llevando inconscientemente allí, donde realmente crees que necesitas estar, para darte cuenta, que quizás, ahora puedes ver todo de manera distinta. La madurez, producto del tiempo y la experiencia, nos van cambiando la forma de ver las cosas, es un nuevo enfoque que nos permite observar un mismo objeto, persona o situación, con diferente perspectiva y esta nos abre horizontes, que no serian posibles de no ser por la imaginación y cuando ésta se acaba, muere tu magia de poder ver más allá de un punto de fuga o un límite. Y entonces, solo te quedaras atorado, sin poder avanzar... hasta que algo, te haga despertar de nebulosas que no te permiten ver con claridad, quizás si solo te atrevieras a abrir los ojos, verías que ya no hay necesidad de volver hacia atrás, porque entenderás que todo lo que quedo allí, solo te ha servido para poder dar otro paso hacia adelante. Recordar el pasado es el camino hacia el futuro, vivir en él, la condena absoluta de nuestro ser.
Tomé mis drogas, las lancé tan lejos como pude y luego comenzó a llover, se fueron desmoronando desde cielo cada una de mis frustraciones, empapándome en realidad y con la certeza, de que tarde o temprano, cuando dejara salir cada uno de mis tormentos, la tormenta de mi pecho acabaría, dejándome vació y dejando espacio para que brille alguna luz.


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Dicen que hay que aprender a perdonar, pero nadie nos dice, que también, debemos aprender a perdonarnos.
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