Pocas cuestiones generan una discusión perpetua como aquellos dictámenes que, en correspondencia con ámbitos literarios, se muestran vinculados a la crítica de los textos que son puestos a examen en cualquier soporte. Más aún si se tiene en cuenta que, para muchos, este recurso ha sido bastardeado hasta verse reducido a una herramienta de uso casi trivial, y completamente distante de su función original.
Sin alejarse demasiado de lo que sucede en este medio, es posible visualizar como todo lo referido a brindar apreciaciones sobre los escritos modelados culmina por carecer de todo tipo de enfoque real, al menos en lo que a literatura se refiere. Así, aquello que naciera como un punto de vista para con el cúmulo de textos en exposición, termina por convertirse en una puja donde la escritura pierde el centro de la escena a manos de un ataque directo sobre la figura del autor que ha dado origen al texto. De esta forma, se personaliza un rasgo que sólo debería acotarse a lo discursivo. En la mayoría de los casos, ni siquiera se plantea una polémica sobre una idea o un tema en particular: el único objetivo es criticar a la humanidad del otro. Y esto también permitiría explicar, en este caso en concreto, la existencia de innumerables seudónimos; utilizados, en su mayor parte, como herramientas que permiten desprestigiar de manera anónima al cuerpo que conduce la pluma y no al producto de ésta.
Habrá quien sostenga que algunos casos aislados no hacen a una mayoría, a lo que yo responderé: no hacen a todos, pero sí ponen en peligro a una mayoría. Porque aquí lo que se escurre es la credibilidad en materia de evaluación, toda aproximación a la objetividad o, al menos, la intención de ser coherente y honesto con el resultado que brinda el material leído.
Obviamente, esta opinión no exige que todo el mundo aborde a cada escrito desde una mirada retórica, temática y enunciativa, pero sí que cada juicio no se vea reducido a un mero desafío de escritores o, lo que es peor, una escaramuza protagonizada por una pandilla de egos rastreros simulando madurez. Claro que esto puede suceder (De hecho, sucede) pero ante tal signo de adolescencia traumática es necesario comprender que, en una superficie que es propiedad exclusiva de la literatura en desmedro de los hombres, tal cuestión no puede ser ubicada en un segundo plano. Y esto es porque aquí, poca importancia merecen todos aquellos argumentos que cualquiera utilice para atosigar a un autor en particular, o quien resulte vencedor de toda disputa iniciada, con la consiguiente exhibición de miserias que esto significa. Por eso, sería valioso recuperar la memoria y recordar que lo verdaderamente sustancial aquí es todo lo referido a lo literario, y esto más allá de toda preferencia o diferencia en cuestiones de gusto o disgusto personal.
Si esto continúa olvidándose, en este espacio no habrá uno o dos derrotados por el debate inútil, sino la totalidad de quienes formamos parte de esta comunidad. Una comunidad que, de mantener esta tendencia, sólo dará cuenta de un territorio desprovisto de todo atractivo, y plausible de ser abandonado. Y en el cual todo atisbo de imaginación no será más que observado como una presa ingenua y malherida; digna de perecer bajo las fauces nauseabundas que distinguen a ese animal idiota llamado improperio.
Patricio Eleisegui
El_Galo
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