En un remoto pueblo del Perú, había un muchacho muy soñador llamado Gaspar. Este era distraído y ocioso, y mientras sus padres trabajaban muy duro para sobrevivir, él se la pasaba soñando despierto. Se imaginaba famoso como un héroe de novelas, rico como un rey, y rodeado de mujeres hermosas, una para cada noche; pero además ansiaba casarse con una mujer hermosa y distinguida. Y así pasaba sus días sin dedicarse a nada provechoso. Un día en que se hallaba pensando y contemplando su rostro en el río, se le apareció un viejo medio raro que le dijo:
-Gaspar, ya sé que sueñas con ser famoso y rico, y tener el amor de una mujer hermosa y distinguida; pero si quieres tener todo eso tendrás que comer del fruto del cerezo mágico, así podrás conseguir todo lo que tú deseas. Pero debes saber que si quieres llegar hasta él tendrás que enfrentar muchos peligros.
El viejo le dio algunas indicaciones del camino a tomar para comerse la cereza, y luego desapareció. El joven soñador por su parte se preparó para el largo viaje, y luego de despedirse de su familia partió buscando su destino.
Por el camino, se encontró con una joven hermosa; pero pobre y andrajosa que pedía algo de comer. Gaspar apenas la vio se quedó prendado de ella, y pensó tenerla de amante:
-¿Cómo te llamas? –preguntó él.
-Soy Elena –respondió la joven.
-¿Conoces dónde se encuentra el cerezo mágico?
-Sé donde dicen que se encuentra, pero nunca lo he visto.
Entonces él ofreció a la joven ayudarla y recompensarla muy bien si ella lo llevaba hasta donde se decía se hallaba el mentado cerezo. Ella aceptó sin dudarlo, pero advirtiéndole que era un camino muy largo.
Se fueron en busca del mágico árbol y pasaron por un lago donde descansaron un poco, y comieron frutas. Y mientras Gaspar supuestamente dormía, la joven se alejó a una parte del lago cubierta por plantas, para darse un baño; pero el muchacho que sólo se estaba haciendo el dormido aprovechó para verla desnuda sin que ella lo notara. Entonces, él no pudo contenerse ante tanta belleza, y se aventó al lago con la ropa puesta. Ella se asustó al verlo aparecer de repente, pero el joven abrazándola, le dijo:
-Cálmate, Elenita, yo no quiero hacerte daño, pero no puedo controlarme ante tanta belleza.
-Yo sé que quieres burlarte de mí, pues me ves pobre; pero debes saber que yo desciendo de una antigua familia de magos –dijo ella llorando-. Yo soy virgen, pero me entregaré a ti si prometes hacerme tu esposa.
Gaspar como estaba realmente apasionado le dio su palabra de casarse con ella, y luego apagó su fuego en las cómplices aguas de la laguna.
El viaje continuó sin mayores anécdotas, hasta que llegaron a una enorme montaña. Entonces, Elena, dijo unas palabras en un raro idioma y, en seguida, apareció un túnel en la base de la montaña.
-Para llegar al cerezo mágico es necesario entrar en el túnel, y así se ingresa en el “País de los Prodigios”, pues no se puede llegar rodeando o escalando la montaña –explicó la joven.
-Pues, no se hable más –dijo él tomando de la mano a Elena e ingresando con ella en el túnel.
El túnel estaba por dentro muy bien iluminado, pero no había antorchas, ni lámparas, ni velas, era como si de las paredes surgiera la luz. Mientras avanzaban se encontraban con estatuas de piedra que parecían casi reales, en cuyos rostros se podía ver el espanto. Gaspar se preguntaba quien podría haber elaborado semejantes obras de arte, y luego haberlas guardado en aquella cueva. Entonces, llegaron a una parte donde el camino se dividía en cinco caminos. Había en este lugar gran cantidad de monedas de oro y diamantes que el muchacho se apresuró en coger, pero no sabía cual camino tomar:
-¿Sabes tú cual camino escoger? –le preguntó a la bella Elena.
-Espera y verás.
De pronto, con gran susto del muchacho, una roca que se encontraba en el comienzo donde se dividía el camino, abrió los ojos:
-¿Qué buscas aquí, Gaspar? –preguntó la roca.
Gaspar estaba a punto de desmayarse, pero conteniéndose le respondió:
-Quiero… Este… Yo… quiero saber que camino lleva hasta el cerezo maravilloso.
-¿Quieres llegar hasta el cerezo mágico? Muy bien, te diré el camino; pero primero responde mi acertijo. Y debes saber que si no respondes bien te convertirás en piedra. Lo mejor para ti es que regreses por donde viniste.
El joven aventurero sintió, entonces, de modo inexplicable renacer el coraje dentro de él como si el espíritu de algún héroe antiguo lo hubiera poseído, y dijo a la roca:
-¡No! Estoy dispuesto a todo, dime tu acertijo; pero si muero deja que se vaya esta joven.
-Muy bien, ésta es la pregunta: ¿Cuál es el rey que siempre está afiebrado?
-Ja, ja, ja… -se puso a reír el joven.
-¿De qué te ríes? –preguntó desconcertada la roca.
-¿Eso es todo? –preguntó el muchacho dejando de reír.
-Sí.
-Pues, realmente, pensé que iba a ser más difícil. La respuesta es el Sol.
-¡Oh! –fue todo lo que dijo la roca.
-Por supuesto –continúo él-. El Sol es el rey del cielo y siempre está afiebrado porque está ardiendo.
-Es que son tantos años sola en esta cueva y no me he actualizado.
La roca admitió su derrota y le indicó al joven el camino por el que debía avanzar para llegar al País de lo Prodigios.
Gaspar agradeció a la roca, y junto con su joven compañera ingresó en el camino que conducía al País de los Prodigios, y al cerezo.
Al llegar al otro lado de la cueva, encontraron un paisaje maravilloso, que según explicó Elena era el País de los Prodigios. Existían aquí, pájaros de diferentes tamaños y colores, los cuales cantaban hermosas melodías como si se tratara de un concierto de música clásica. Había, también, mariposas que daban la sensación de despedir un polvo brillante y dorado de sus alas. Y de las flores tan raras y hermosas provenían unos sonidos semejantes a la risa de los niños. Gaspar se habría quedado para siempre en aquel paraíso acompañado de Elena, pero su deseo de llegar hasta el cerezo mágico era más fuerte que el éxtasis en que se hallaba.
-¿Qué hacemos ahora, Elena? –preguntó a su joven guía.
-Si queremos llegar hasta la legendaria planta debemos viajar a la Isla de los Árboles Antiguos a través del mar que baña este jardín –respondió ella.
El soltó su mirada al horizonte y divisó un inmenso mar que, según le contó la joven, se llamaba el “Mar del Olvido”, porque si alguien caía dentro de ese mar se olvidaba para siempre de todo su pasado. El único modo de llegar hasta el codiciado árbol era arriesgándose a viajar en una de las embarcaciones de los pescadores de aquel lugar, pues por necesidad salían a pescar; pero cuidándose de no caer dentro de las misteriosas aguas.
Gaspar se acercó, entonces, hasta unos pescadores y les pidió lo llevaran hasta la Isla de los Árboles Antiguos.
-¿Estás loco, muchacho? Este es el mar del olvido no podemos adentrarnos mucho dentro de él –respondieron los pescadores.
Pero el persistente joven les ofreció pagarles muy bien, por lo que aceptaron llevarlo hasta la Isla de los Árboles Antiguos, junto con Elena.
El viaje resultó muy tranquilo hasta que en medio de aquel mar divisaron a lo lejos unos bellísimos seres mitad mujer, mitad pez emergiendo de las aguas. Al verlas los pescadores empezaron a rogar al todopoderoso por sus vidas, pues se trataba de las malvadas sirenas, unos seres capaces de cautivarlos con sus cantos mágicos para luego llevarlos a su mundo y hacerlos sus esclavos, si no los mataban antes. Intentaron dar marcha atrás, pero no lo consiguieron, pues la embarcación avanzaba como si estuviera viva.
Al escuchar los cantos de las bellísimas sirenas, los pescadores cautivados por sus maravillosas voces y por su encantadora figura se lanzaban al agua, en donde olvidaban su pasado y eran hechos prisioneros. Gaspar iba, también, a lanzarse; pero, entonces, Elena quitándose un anillo que llevaba en uno de sus dedos se lo colocó a él, librándolo del hechizo.
-¿Qué clase de anillo es éste? –preguntó el joven.
-Es un anillo mágico de protección –respondió la misteriosa muchacha-. Yo, ahora, no lo necesito porque soy mujer; pero a ti te protegerá para que no te enamores de las sirenas.
-Yo, sólo puedo amarte a ti.
De todos modos, el quería ayudar a los pescadores y se lanzó al mar; pero como tenía puesto el anillo mágico no se olvidó quien era. Y, en seguida, se dirigió a quien parecía ser la reina de las sirenas, la más bella de todas. Ésta como creía que él seguía hechizado lo dejó acercarse, pero Gaspar cogiéndola con fuerza y poniéndole un cuchillo en la garganta, le dijo:
-¡Libera a mis amigos del hechizo si no quieres morir!
-Está bien, lo haré, pero debes saber que hacemos esto porque nos sentimos muy solas.
La reina de las sirenas llamada Coralina le contó al valiente joven que faltaban hombres en su mágica ciudad acuática y ellas querían compañía masculina.
-Entiendo lo que me dices, pero si tanto quieren compañía deben pedirla y no obtenerla mediante hechizos –dijo él.
-De ahora en adelante lo haremos así, te lo prometo.
La sensual sirena dijo, entonces, unas palabras mágicas y liberó a los pescadores del encantamiento. Los hombres asustados empezaron a regresar a toda prisa a la embarcación, pero Gaspar hablando con ellos les explicó todo. Ellos al principio dudaban, pero luego ganando confianza fueron haciendo amistad con las bellas sirenas, algunas de las cuales por decisión propia eran subidas a la embarcación donde al dejar el contacto con el agua adquirían extremidades inferiores semejantes a los de una mujer, para felicidad de los pescadores solteros que les propusieron llevárselas con ellos, y ellas no se negaban.
Luego de arreglar todo con las sirenas siguieron el viaje hasta la Isla de los Árboles Antiguos donde desembarcaron Gaspar y Elena. Aquí el joven pagó a los pescadores el dinero prometido, y ellos emocionados le agradecieron una y otra vez, hasta que finalmente se fueron.
Pero apenas acababan de irse los pescadores cuando aparecieron diez gigantes, cada uno con dos cabezas y ropaje de piel que dijeron:
-Gaspar, sabemos que vienes a comer del fruto del cerezo mágico, pero no te dejaremos, pues ahora mismo vas a morir.
El intrépido muchacho como ya había sido advertido por Elena se limitó a encomendarse al anillo que llevaba puesto:
-¡Por el poder del anillo mágico quiero ser invencible!
Y, al instante, con una descomunal agilidad y fuerza empezó a golpear a los diez gigantes como si fuera un experto en artes marciales. Era un espectáculo sorprendente el chico saltaba como un tigre, otras veces hacía el movimiento de la grulla, y, luego, ya parecía un mono. Finalmente, los enormes gigantes le pidieron de rodillas les perdonara la vida, y a cambio ellos le darían parte de su tesoro y lo conducirían hasta el ansiado árbol. El joven aceptó el trato y fue conducido hasta la tan buscada planta, la cual era semejante a otros cerezos, solamente que en su tronco aparecían dos ojos una nariz y una boca. La planta apenas vio al joven dijo:
-Gaspar, ya sé que vienes a comer de uno de mis frutos. Puedes hacerlo, pues te has esforzado tanto por llegar a mí; pero antes dime que deseo quieres realizar al comerlo.
-Estimado Cerezo –respondió el aludido-. Deseaba comer de tu fruto, porque quería ser famoso, tener riquezas, y casarme con una mujer hermosísima y distinguida; pero ahora prácticamente ya tengo todo eso, y lo he conseguido yo mismo, ahora, sin embargo, mucho más que antes quiero probar tu fruto por el gusto de comer una rica cereza.
-¡Así se habla, Gaspar! Puedes comer todo lo que quieras y, además, cuando regreses a tu hogar encontrarás un arbolito de cerezo para que nunca te falte mi preciado fruto. Además, has aprendido que puedes conseguir las cosas por tu propio esfuerzo, y no porque alguien te las regale o conceda.
Entonces, el joven arrancó uno de los frutos del árbol y se puso a comer él junto con su compañera; pero al comerlo de repente el suelo empezó a temblar. El maravilloso árbol desapareció inexplicablemente, y un viento fuertísimo se llevó por los aires a los dos jóvenes, debido a ello y a las muchas emociones, ambos quedaron sin conocimiento.
Al despertar encontró a Elena a su lado y, también, a su antiguo hogar. Había vuelto a su casa, se sintió feliz de encontrarse con sus padres. Les presentó a Elena, y después de algún tiempo se casó con ella. Y, aunque, tenía parte del tesoro de la cueva y de los gigantes se esforzó en trabajar y así pudo acumular una mayor fortuna con la que apoyó al desarrollo de su comunidad, y se hizo más famoso. Y como ahora tenía un cerezo en su casa fue muy feliz junto con su esposa comiendo cerezas hasta el final de su vida.
PABLO ALBERTO TORRES VILLAVICENCIO
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