‘La mujer que ama’
Mi Dulce Amor,
¿De dónde naciste mi dios griego? ¿Qué divino vientre te engendró? ¿Qué pechos de mujer generosa amamantó durante regios primeros años tan feliz progreso? Por cierto, encontré a tu antigua nodriza en la plaza pública y me ha referido detalles significantes de tu infancia. Gustos y sucesos que rodearon a tu impúber crecimiento y mocedad. Puesto que cuando se ama con el espíritu impetuoso y voraz como el mío, se debe saber a fondo los deseos del amado para no caer en falsa expectación. ¿Piensas de ésta forma, amado, mi pecado divino ?
No puedo dejar de pensar en ti. Tienes la musculatura del Discóbolo. Si te llamo Adonis me quedo corta. Si te bautizo como Apolo de Belvedere tampoco te hago justicia. ¿Recuerdas que mis ojos perseguían el vuelo de tus ágiles pies cuando partías a la escuela del célebre filósofo, en donde dialogabas en gentil lengua materna?...
Pues, también con él he estado a fin de preguntar tu paradero que me lo ha confiado. Ha visto de cerca el rostro de mi tristeza. Cómo mis manos temblaban cuando pronunciaba tu nombre. De cómo mi cuerpo vibraba por el hálito de información que esperaba saliera de sus labios. Lo sabe todo. Hasta de cuando intenté cortarme las venas con el estilete, de cómo me llevaron para hacerme vendajes en las muñecas. Le he contado cuán infeliz he sido sin tu presencia. Y sobretodo de cómo crece la criatura en mi elíptico vientre. Sé que esta confesión te puede causar asombro.
Me dijo de tu destino porque le he hablado de mi amor como se le habla con el corazón abierto a un justo padre. Me ha creído, ora que mis palabras fueron nada más que un mandolín que templa sus amorosos acordes. He dispuesto mi mente y mi espíritu para recibirte y darte protección en nuestro hogar. Puesto que yo soy mi propia casa. Reverdecida de luz y color las avecillas se posan en tu pulcro manto. ¿Recuerdas que lo dejaste olvidado la última noche de pasiones?
La terraza espera tu figura y el aroma de tu cuerpo. La recámara reclama tu bella presencia. Mientras, poetisa soy de tus pasos resueltos y piadosos. Quiero cantar mi amor. Y mis imágenes por ti reconstruidas en la memoria reverberan en fugitivos adagios amorosos. Deseo donar en cada poema un efímero espasmo de goce y reflexión.
Mi dulce amor, ¿quién te insufló vida y quién te dio permiso para salir del Museo Nacional de Atenas?
A un ejemplar como tú debería prohibírsele el andar sólo por las calles. Al verte, caigo postrada y extasiada, convencida que la belleza no sólo es de mármol, sino también de carne y fuego. Como lo es tu altiva mirada.
Estratega, jefe del ejército, habitante legítimo de las urbes del Peloponeso, convenciste a los atenienses para que enviaran sus tropas a la Mediterránea Sicilia. Se habla de tu nombre como un malvado. Las infamias suenan en mí como un golpe. No obstante yo te creo a ti divino y sensible ser humano, tú no desfiguraste las estatuas de Atenas. Aquí conspiran en tu contra. Lenguas viperinas se deslizan en las sombras para contar obvias falsedades sobre tu persona. En Persia quieren darte muerte. ¡A ti mi dulce fantasía y amorosa realidad!...
Espero que ésta carta llegue antes que la caterva de secuaces cumpla su plan de emboscada. ¡Huye mi divino tesoro!, no te perdonan la derrota ateniense en Notium. Hubo muchos caídos, reza la cuartada. La guerra implica también a seres caros al sentimiento, audaces y temerarios, mas tú eres un alma pía, incapaz de postrar sus piadosas manos en un insecto de la natura para hacerle daño.
Estamos ya al final del año 404 menos de la era común. La vaciedad existencial y el descenso de la moral sacuden las metrópolis. Se habla de una nueva profecía. Yo espero unirme a ti como los brazos de sus ríos al océano majestuoso.
¡Ay, carne mía, corazón, mío! ¡Quién pudiera recibir de nuevo tu boca como un bocado de frutos maduros o talismán! El amor se me desbanda, la distancia y ausencia, no sé donde guardarlos. Soy todas tus amantes y la cadena que les atan a ti. Fortalezco mi fidelidad a tu amor por esta única vía, de la palabra desnuda y escrita en tinta sangre, leal al servicio de tu boca. Por mi amor a tu sagrada figura, porque el amor de verdad todo lo exalta y trasciende. ¡Si pudiera volar cual música que hiere los sentidos a tus poros y renovar el desgarro! Han pasado meses desde nuestra separación, ¿piensas que se es hipócrita emitir sones con el sólo objeto de calmar a la bestia del amor?
Pues, ¡cuánto produjo en mí, aquella noche de besos y látigos al sarcófago de sábanas amarrados!
Ahora que saben que te di asilo en mi hogar vendrán por mí los soldados, mas no me importa morir si con ello salvo tu vida.
Tuya, por la eternidad
* Basado en una expresión de Coral Arenas, narradora venezolana.
|