Ella era impredecible, nadie sabía en que momento tendría un ataque de ansias de pánico, un arranque de histeria o cólera, o cuando se encontraría presente en mente y no solo en cuerpo. Su sonrisa falsa lo decía todo: desde sus pocas ganas de estar allí, hasta lo lejana que estaba su mente de la realidad.

El, a cuatro mil cuatrocientos veintidós kilómetros escuchaba a un profesor hablando sobre romanticismo. Apuntaba hasta el mínimo detalle del discurso, observaba las imágenes, la expresión, el color, la tectónica y se avergonzaba de su emoción ante una simple imagen proyectada en la pared.

Ella había estado en la reunión durante dos horas, siete minutos y veinticinco segundos. No dejaba de mirar el reloj, no podía parar de pensar en el momento en el que por fin saldría del mundo de las sonrisas faltas, de las pláticas sin sentido y de la gente extrañamente conocida.

El sonreía como nunca, nadie existía a su alrededor, las horas no estaban transcurriendo, nadie lo estaba mirando y solo existía una luz que enfocaba en sus ojos, en su mente, en sus pensamientos.

Ella salio al jardín a fumar un cigarro, era el ángulo perfecto para observar la película de la realidad, para burlarse de todos aquellos que se encontraban dentro de la casa fingiendo ser felices, fingiendo agradarse mutuamente y disfrutar mas que el simple cóctel.

El siempre pensó que no era una persona normal, que ni el derecho ni la economía lo alejaría de la escuela de bellas artes. Distrajo su atención por diez segundos y regreso, alzando los pies del piso para nuevamente fusionarse con la luz.

Ella soltó una risa, algunos voltearon a verla y susurraron comentarios de asombro, estará loca, drogada, no sé. Ella disfrutaba ver su reacción, parecía que al tarde tendría algo de diversión a pesar de todo.

El dejo de pensar. Apagaron las luces, desapareció la textura y el color frió de la tarde regreso a sus ojos para avisarle que era momento de regresar. A casa, talvez o a algún lugar incógnito que le de esperanzas de soñar.

Ella miro el reloj, se hacia tarde y no soportaba mas la extrañes ante la patética convención social en la que se encontraba.

El caminaba sin sentido. Ella quería desaparecer. El la miraba. Ella rechazaba el encuentro, tal vez por miedo a soñar, a pensar, a ser.