Sueño Compartido
El Sol añoraba la oscuridad, esa placentera sensación de soledad que se produce al encontrarse, al mirarse desde adentro. La luz, esa que emanaba desde su interior, le escondía su deseada oscuridad. No podía cerrar sus párpados y apagarse por unos segundos, las reglas del Universo no se lo permitían.
Cierto día, quizá buscando algún cambio en su rutinaria vida, se atrevió a asomarse un poco más temprano de lo habitual. Durante un par de segundos de penumbra alcanzó a divisarla a lo lejos, enmarcada entre sus rayos vio sólo su silueta. Ella permaneció quieta unos momentos y luego desapareció. Quedó aturdido con la imagen, era la figura más hermosa que pudiera existir, finalmente era real aquel ser con el que siempre soñaba (despierto). Ella vivía al otro lado, en su añorado mundo de oscuridad. Se sintió más triste que nunca al saber que era inalcanzable, y más feliz que nunca al saber que su sueño existía.
A la Luna le gustaba su mundo de oscuridad, se sentía bien entre las estrellas, estaba conforme con su vida. Ocurrió un día, cuando ya se despedía de los pequeños astros y miró por última vez hacia el curvazonte, que vio la luz más brillante del Universo y ésta la encandiló. Quedó paralizada durante unos segundos sin entender lo que sucedía. Era como si alguien hubiese juntado todas las estrellas de la noche en un solo punto. Hasta ese día ella no sabía lo que era la luz, y desde ese momento comenzó a añorarla. Se enamoró del ser que le mostraba esa nueva forma de ver las cosas, comenzó a soñar con él, incluso sabiendo que era inalcanzable, que pertenecían a mundos distintos y que no les estaba permitido encontrarse.
Su sueño existía, vivía en el mundo de la noche, en donde no le estaba permitido entrar, pero al menos sabía que ella existía. Esto le dio fuerzas. Si el haber soñado tanto tiempo con su existencia le impulsó a descubrirla, tal vez si seguía soñando, aún con más fuerzas, hasta podría encontrarla. Era un deseo desesperado, los sueños que se sueñan despierto no se apagan al despertar, nos acompañan durante toda la jornada. Día tras día comenzó a asomarse cada vez más temprano, a acercarse un poco más a ella con la esperanza de alcanzarla. No sabía exactamente qué podría suceder al llegar a ella, sólo lo deseaba más intensamente que cualquier otra cosa en el Universo.
Al día siguiente ella miró hacia el curvazonte antes de retirarse, ahora esperaba ver algo. Lo buscó y él apareció un poco antes que el día anterior. La Luna se asustó, sabía que él estaba jugando fuera de las reglas, intuyó que él la deseaba tanto como ella, dudó. ¿Qué debería hacer? Quizá debiera comenzar a retirarse un poco más temprano, y así nunca lo volvería a ver. Eso podría engañar al Universo y todo seguiría como siempre. No. Nada seguiría como siempre ahora que lo había visto, ahora que sabía de su existencia, ahora que presentía que él también la deseaba. Los siguientes días ella sólo esperó, se resistió, pero el fuego de su luz la estaba consumiendo. Su corazón pudo más que su razón y se dejó llevar por sus sentimientos. Comenzó a jugar el mismo juego, retrasando su partida cada día unos segundos, soñando también con el momento del encuentro.
Un sueño compartido, incluso por almas que nunca se han encontrado, impulsa infinitamente más que los sueños por separado.
Finalmente llegó el día en que se encontraron. Para quienes lo vieron desde acá abajo pareció el fin del mundo. Para los astros involucrados, pareció el inicio de una nueva vida. Poco a poco ella apagó su luz. Segundo a segundo, él encendió su oscuridad. Nuevamente el encuentro superó al sueño, esa primera unión de minutos perduraría para siempre en la inagotable memoria de los amantes.
Cada cierto tiempo los seres de acá abajo vemos que ocurre un nuevo eclipse. Ya no les tememos como antes, pero sospechamos que algunas cosas sobrenaturales ocurren allá arriba, entre las penumbras, en ese mundo de minutos en donde el Sol y la Luna son los seres más felices. Durante ese momento mágico el Universo cierra los ojos, olvidando sus anticuadas reglas.
Una nueva idea ha nacido en los corazones de nuestros astros. Ya no quieren alejarse más, ahora desean vivir sin volver a separarse por toda la eternidad. Es casi imposible que el Universo permita la existencia de un eclipse eterno en sus dominios, pero le será muy difícil luchar contra la fuerza de un sueño compartido.
Jota |