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A ciertos seres, el canto les nace del alma. En cada nota que emiten, son ellos mismos los que se van desdoblando para adosarse a los corazones emocionados de quienes les escuchan, su voz ilumina la existencia y hasta los pájaros descienden de sus vuelos para arrellanarse bajo cualquier árbol a sentir como ese calorcillo suave se arrebuja entre sus plumas.

Pero cuando el cantor siente que ya no tiene motivos para emitir sus dulces serenatas, se doblega al silencio y su garganta es una quebrada reseca a la que las aguas dejaron de transformarla en catarata. Cuando toda canción se ha acallado, ese hombre se transforma en piedra y una inmensa oquedad se apodera de su alma.

Cuando el pintor deposita sus colores sobre la tela, las manos de sus musas guían su inspiración, nace la forma, nacen los arcoíris que de van diseminando por doquier, para plasmar una obra de arte que será admirada a través de los siglos.

Pero, cuando ese pintor sienta que ya nada es igual, que el pincel en sus manos es sólo un pincel y no una varita que está provista de magia, sosegará su impulso, guardará la tela y los pomos de colores, se encerrará en su alcoba y brindará con el más bastardo licor hasta que el mismo sólo sea un tonel sin fondo.

Cuando el escritor va desperdigando sus frases sobre el papel, está existiendo con excelsitud, su sangre se transfigura en vocales y consonantes que se arraciman hasta que la multitud de hojas son un follaje inspirado. En cada sílaba, el escritor vuelca su pasión, cada palabra es un acto de fe, cada letra, un cromosoma que va tejiendo su mapa genético. Cuando el escritor va desarrollando su obra, vibra y palpita, nace, expira y renace en secuencias que no pertenecen a la razón humana.

Pero, cuando el escritor se pregunte: “¿para qué escribo? ¿Para quién son estas palabras?”, en ese mismo momento, su pluma perderá la comunicación con su alma, la coordinación mágica entre su espíritu creativo y sus manos, que ya no serán palomas que sobrevuelan sus sueños, carecerá de impulso, obnubilará sus sentidos y en esa cerrazón de su alma, será un cautivo más de la fútil existencia.

El arte sobrevive gracias a aquellos sacerdotes que le cantan a sus propios dioses, a sus convicciones y ensueños, son seres genuinos al servicio de cualquier causa, pero cuando su impulso decae, algo se muere en cada hombre…

























Texto agregado el 15-06-2009, y leído por 212 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
08-07-2009 Cuánta verdad en tus palabras mi querido Gui, me siento identificada totalmente, a veces (demasiadas veces para mi gusto) siento que de nada sirve esta vocación de escribir. Un beso y mis estrellas. Magda gmmagdalena
16-06-2009 Ja ja, se enojó el imbécil, ja ja ernesto_heminguay
15-06-2009 Exacto, muchos artistas se han perdido, acaso porque se han encontrado con imbéciles como el que te puso una estrella. Pero, no aflojes con tu arte, nadie puede obstaculizarte***** ernesto_heminguay
 
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