Los Raza.
1. EL mundo Raza.
El planeta azul y rojo distaba cien millones de años luz de la via láctea.
Su composición quimica ambiental no era ni mucho menos parecida a la nuestra en nada.
El colorido de su vegetación era de las dos tonalidades mencionadas antes, unas tonalidades intensas que a veces formaban un extraño color púrpura.
Su comunidad rondaba los ocho mil millones de seres a los que se les conocia como Los Raza.
Su lider espiritual y militar, el Gran Lobius tenia sus miras en nuestro sistema solar.
Trás años de investigación con una tecnologia superior y desconocida para nosotros, Lobius estaba preparado para abordar nuestro espacio cósmico sin vacilaciones.
Sus poderosas y herméticas naves surcarian nuestra via láctea para conquistar un terreno que era muy apetitoso por su clima y belleza.
Lobius aparte de ser un lider espiritual era un maestro en la artes de la magia y la conducción mental, lo que sería el equivalente a una hipnosis engañosa para nosotros.
El ejercito estaba preparado para entrar en batalla siguiendo la mente de Lobius.
Una mente fria y calculadora que no tenía otro fin más que el de apoderarse de aquello que deseaba, como fuera, sin importar lo que costara, ni a quién sacrificara por ello.
Los Raza era un pueblo temido por su tecnología y sus artes de engaño.
El poder de aquel planeta bi-color y del grupo de seres que lo conformaban era diabolicamente más alto que el de muchos de aquellos otros que componían la galaxia conocida.
El Primer Mando, como se le solía llamar, mano derecha del lider, reunió a los oficiales para dar instrucciones.
Los preparativos empezarían en breve.
Los reactores de Soelio, una forma de energía que germinaba solo en ese planeta, sería recargados y los oscuros pajaros volarían una vez más para crear el terror y la sumisión a los pueblos que conformaban el cinturón de aquel sueño de Lobius.
Lobius tenía siete hijos y cuatro hijas de sus tres hembras con las que convivia en una enorme residencia de piedra anaranjada llamada Kilopness.
Kilopness era un lugar único en todo el planeta de la comunidad Raza.
Era la zona donde cualquier Raza amaría vivir.
Una zona de auténtico lujo y comfort.
Pero eso no bastaba para Lobius, él quería aquél planeta de aguas azules y vegetación verdosa, con sus árboles y flores.
Y no sólo eso sino todo lo que rodeaba a nuestro amado globo.
Lobius había fotografiado miles de veces la Tierra y la había mostrado con gran orgullo a todo su pueblo, en lo que sería su nuevo habitat una vez fuera conquistada. Los hombres de traje violeta del ejército de los Raza, empezaron la recolección del combustible nuclear para recargar las máquinas reactores de sus naves.
El color de sus trajes a veces ofrecía un perfecto camuflaje cuando estaban en guerra, pues se confundia con el púrpura que daba ese conjunto bi-color que componía el planeta.
El armamento a base de una especie de fuego liquido abrasador con una mezcla de ácido también era empezado a ser trasportado hasta las bodegas de aquellos pajaros de color oscuro que rugían como fieras cuando la ignición comenzaba en sus motores alimentados por el Soelio.
Todo el planeta estaba esperando la órden puntual de su lider para introducirse en las gigantescas naves nodriza que les llevarían rumbo a su nuevo mundo.
Los Raza poseían un secreto que recubría el metal de sus naves, ellos lo llamaban Zayri.
El Zayri era un envolvente que hacía que las naves que entraran en las órbitas de los planetas no combustionaran.
El Zayri fué robado junto a otras muchas utilidades a un pueblo que llevaba ese nombre.
El planeta natal de los Zayri fué extinguido en una gran explosión provacada por los Raza.
Lobius jamás hacía prisoneros.
Todo aquél que estorbara ó no valiera para él lo suficiente era exterminado sin más.
Eso pasó con los Zayri, fueron diezmados cruelmente y su planeta desapareció de la faz del universo conocido.
La familia del lider, sus tres mujeres y sus hijos, estaban maravillados comtemplando los planetas y estrellas que componian aquella via láctea, ese poderoso sol que lo alumbraba todo y esa luna en las noches que servia de maravillosa linterna a la Tierra.
Escrito por Carlos Them
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