Para Virginia Rodríguez (aunque ella no lo sepa)
A Paola, forever
Recuerdo tus ojos entrecerrados, Virginia, en el pequeño lavabo donde yo vaciaba el agua sobre tu cabello, tú allí como siempre con ese rostro inmutable, sólo cuestionable por alguna pequeña imperfección.
Siempre regresabas como movida por una extraña afición. Volvías siempre, volvías a casa. Mis papás y yo estábamos siempre orgullosos de ti, de tus logros, de tus metas que también eran las mías, nacer del mismo vientre no nos alejaba, nos unía.
Me encantaba verte, salir juntas con Andrés y José a caminar por la plaza. Me gustaba verte cuando besabas a Andrés y entrecerrabas los ojos ámbar que te permitían hacer girar al mundo al compás de tus párpados.
Adoraba viajar contigo, que me llevaras a tus vacaciones con tus amigos y me presentaras con todos, así como el dúo dinámico y hacer de cuenta que el cielo se prolongaba feroz, ante nuestros pies, sí Virginia, adoraba eso y más.
Me parecía importante contártelo todo, nuestra diferencia de edad nunca fue un problema para poder decirnos las cosas. Tú siendo la mayor, siempre quisiste protegerme y enseñarme lo mejor de la vida.
Y piensa, si él te dice que te quiere, no le hagas saber que tú también, sólo dile que se lo agradeces, a fin de cuentas, el querer siempre tiene un dejo de gratitud.
Y si vas no te regreses tan tarde, porque puede empezar a llover.
Mira, si te pones esta blusa y este color en los párpados, y luego te compones así el cabello verás qué cambio, ándale, así.
Y yo no te puedo acompañar, pero no olvides que te quiero.
Y así te vi comenzar a usar trajes sastre cuando saliste de la carrera, te empecé a ver llegar tarde a casa y empezar a tener novios más grandes.
Y papá y mamá, me voy a estudiar mi posgrado, siempre lo he soñado, mi beca, Barcelona, todo eso.
Y así te fuiste, entonces me recluí en mi cuarto, dejé de pensar en José cuando supe que había dejado un hueco en su propia familia, que se había vuelto un recuerdo formidable para muchos.
Dejé de salir a fiestas, me puse a leer y comencé a coleccionar música de todo tipo. Olvidé las diferencias clasistas que me impedían escuchar música norteña y despedí a todos mis amigos uno por uno, sufribles, inolvidables pero ausentes. Comencé a ir por las calles, sin motivo ni razón. Las fotos y tus llamadas me ayudaban un poco a saber de ti, un poco a olvidarme de ti, a sobrellevar tu ausencia.
Sólo cuando me cansé de fingir invitaciones a fiestas que nunca me habrían de llegar porque me volví muy antisocial, fue cuando volví a leer a los Vanguardistas y a odiar a los crack.
Dejé la poesía para después y me puse a trabajar.
En casa, mis padres me veían con el desdén de una chaira, con la vergüenza de una fracasada, pero yo no atendí nunca, porque en todas tus llamadas siempre me dijiste que estabas muy orgullosa de mí.
Hoy regresarías, lo supe porque cuando bajé a desayunar, la mesa y la cocina estaban dispuestas para la gran celebración.
Fui a trabajar, confieso que no dejé de pensar ni un momento en ti.
Regreso a casa, subo lentamente la escalera, evoco todo tu ser, añoro esta víspera, deseo conocerte. Abro la puerta de la habitación, respiro tu perfume elegante entre el vaho dejado por la fiesta.
Recuerdo tus ojos, Virginia, entrecerrados en el pequeño lavabo donde yo vacío el agua sobre tu cabello, tomo tus mejillas, sólo entonces abres tus ojos, me acerco a tu boca, esbozas esa sonrisa tierna que conozco tan bien, me miras.
La atmósfera cambia, el amor vuela, está en el aire, lo puedo sentir.
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