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* Damberg Beach: 1980 *

El lugar se encuentra situado a escasa distancia de la playa.
El salitre del mar, va desgastando las rocas que en un principio lo constituyeron.
Ahora todo es distinto, los edificios se alzan con magestuosidad, son metálicos y con enormes cristaleras de color oscuro protegiéndonos de los rayos del sol.
Más que un pueblo, parece una pequeña ciudad.
Hay incluso, un gran centro hospitalario con todos los servicios más modernos, médicos titulados, ATS diplomadas y un gran equipo tecnológico muy completo.
En fin, ésto ya no es lo mismo. Aún puedo recordar como éra antes ...

* Damberg Beach: 1940 *

Corría por aquélla época un río de gran caudal, proviniente de las blancas montañas que casí rasgaban el cielo azul, manteniendo los extensos prados verdes.
Recuerdo áquella tarde, cuando Yó era un chaval y el sol veraniego de Agosto irradiaba con éxplendor los campos cultivados, reflejando en áquel caudaloso río, sus diminutos reflejos dorados.
Los pájaros, sobre las ramas de los árboles, emitían sus cálidos cantos. Todo éra paz y armonía.
Casi al final de la tarde, el cielo se tornaba grisáceo, raro y oscuro, dándole al pueblo un áspecto sombrío y nada acogedor. La iluminación a base de cándiles de petróleo, daba a los caserones de una sola planta contruídos a base de piedras de sillería, un áspecto fantasmal.
Después, se oyó cómo si fuera una terrible explosión, sería el primero de los muchos truenos, qué acompañados de una gigantesca culebrina eléctrica, anunciaban el comienzo de una gran tormenta.
Yó sentí miedo, sentí casi pánico, al ver áquel poco frecuentado fenómeno aparecer cómo por arte de magia, en el oscuro telón del cielo.
En muchos años, Damberg Beach no había visto una tormenta cómo áquella, pero ahora se encontraba sobre nosotros.
De pronto, descubrí las nubes, qué cómo amenazadoras sombras, avanzaban sigilosas a cada golpe de viento, arrastrando a su paso el olor al salitre y a la tierra mojada.
Se movían desafiantes, sabían que no había ninguna posible escapatoria, cuando comenzaran a descargar su acuoso contenido.
El trueno volvió a a retumbrar en todas partes, parecía que el cielo fuera a crujirse, a hacerse pedazos sobre nosotros.
El relámpago ahora fué mayor, una iluminación atroz que hizo que me escondiera temblando debajo del techo una de las casas.
El agua fina y helada conmenzó a caer con fuerza. Los truenos y los relámpagos se íban repitiendo, cada vez con más frecuencia.
Atisbé a través de un par de ventanas de viviendas cercanas a dónde me encontraba y pude comprobar, que la familia en un día cómo éste, éra cuando más unida se encontraba. Todos se reunían alrededor de la descomunal y bien cargada chimenea del salón. Sentí nostalgía. La soledad en que vivía era completa. Ya no sólo el frío que hacía en la calle me sobrecogía, también la tristeza interna de mi soledad tenía su propio frío, y ese a veces, era mucho peor que el externo.
Estaba calado hasta los huesos y estornudé un par de veces. Corrí en dirección a mi casa, tan rápido como me daban mis fuerzas. Para llegar a la misma, debía de trepar por un montículo. Me resbalé un par de veces, la arena se había convertido en un barro casi líquido. Lo intenté de nuevo y ésta vez lo conseguí.
Traté de mirar hacía el horizonte, la cortina de agua casi me lo impedía. Alcancé a ver el caminillo que llevaba hasta la verja de color negro corroida y carcomida por el salitre del mar. Logré ver también, alguna que otra cruz de las muchas que formaban el cementerio del pueblo.
Hoy en 1980, en que he descrito algunos rasgos de lo era Damberg Beach en el pasado, todavía existe ese camino. El cementerio fué reformado.

El río se secó en Junio del 60 ...

Extraído del diario de un comerciante ... Pág 16 ...

* Un diario perdido en la estación de ferrocarriles *

El diario lo encontré en un ánden, acababa de caérsele a un comerciante que con las prisas por coger el último tren de medianoche, bien al guardarlo en el bolsillo de su americana, ó al sacar el billete para dárselo al controlador, dicho diario fué directamente a parar al suelo de dicho ánden.
Un entrañable diario personal, que contaba la historia de un pueblecito de los años cuarenta y su posterior modernización en los ochenta.
Saltándome algunas de las páginas de la vida privada de áquel comerciante, descubrí algo parecido a un documento histórico de áquel lugar.
Intenté devólverselo a su dueño, pero éste subió rápidamente a un tren que casi estaba poníendose en marcha hacía su destino.
Intenté volver otras veces a la misma hora a la estación para ver si podía ver a áquel comerciante, pero nunca más volví a encontrarme con él ...

* Damberg Beach 1980. Parte II *

En las frías noches, cuando esta pequeña ciudad se convierte en tranquilidad, paz y sueño, la bóveda celeste parece astillarse en pedacitos diminutos de hielo azulado con luz propia.
Sus calles, limpias y vacías acompañadas únicamente del alumbrado artificial, de los inertes materiales de construcción, de los árboles y de alguna que otra estatua ó monumento, descansan también de un día incesante de pisadas y esperan a que vuelva el nuevo sol, para volver a dejarse pisar por los vehículos y las personas.
El nuevo sol a nacido, vuelve la sociedad sobre el asfalto y las aceras, vuelve el bullicio y el ruido, la paz ahora duerme acompañada del sueño.
Las calles vuelven a ensuciarse de billetes del bus, de cosas viejas de bolsillos, de latas y embases de todo tipo ...
El ruido es cada vez mayor, cada vez sale más gente a la calle, los vehículos se detienen, sus conductores parecen volverse locos, se gritan y se agreden, colas y más colas en todas partes para todo. Los claxon suenan una y otra vez y cada vez se poblan más las calles de contaminación y ruido.
Así es mi antiguo pueblo hoy ... así lo han dejado ...

Extracto del diario de un comerciante ... Pág 25 ...

* Amor en Damberg Beach: 1940 (Parte III) *

El camino que quedaba en dirección opuesta al cementerio, llegaba hasta un bosque envuelto entre inmesos árboles y una exuberante vegetación.
El sol penetraba entre las ramas de los mismos y el cálido canto de los pajarillos multicolores que en el mismo habitaban, hacían de todo áquello cómo un edén, cómo si fuera un sueño, el mejor de los paraísos creados por la madre naturaleza, que pudiera imaginar mente humana.
Al final de tán exótico e iniguable paisaje, se abría un pequeño riachuelo formado por la continua caída del agua fría y clara, que desde lo más alto de un montículo pedregoso, desprendía escalonadamente una catarata.
Y allí, en sendas piedras sentados a orillas del mismo, una pareja de jóvenes entregaban sus corazones hundidos en el amor.
Crecieron juntos, sus almas pedían ahora la fundición en una sola.
Sus manos se habían unido en el inicio al dón más maravilloso que ha dado Dios a los hombres, el amor, un amor cierto, fresco, que empezaba a dar sus primeros pasos, camino a una larga maduración.
Los nombres de ambos jóvenes eran Diana y Ralph, recuerdo que los ví muchas veces, cuando era todavía guardabosques, cogiéndose las manos con fervor, acelerando el pulso en sus corazones, ese pulso unívoco que nace cuando exíste el amor en los mismos.
Se miraban a los ojos profundamente, sus labios se unían con dulzura, sus cuerpos se apretaban el uno contra el otro en una apresurada decisión.
El sol comenzaba su puesta, su luz anaranjada jugaba con el azul del cielo y las luces artificiales surgían cómo luciérnagas unas sobre otras, casi rasgando el más oscuro firmamento, en el cual se empezaban a descubrir los diminutos resplandores de las estrellas, alumbrando éstas de manera indiscreta.
Ese mismo sol, seguía a su vez, emitiendo su luz, reflejandola en la inmensa luna y proyectándola hacía nosotros.
Al tiempo, áquel paraíso al unísono se íba también oscureciendo, los pájaros remontaban su vuelo a sus nidos.
La pareja comenzaba su retorno caminando por los senderos de ese mismo bosque, perdiéndose en dirección a su hogar.
Al llegar al cruce de carreteras, Diana se despedía de Ralph con un largo y dulce beso y comenzaba a andar a solas en dirección a su casa.
El quedaba siempre sólo, tomando el camino de polvo que se abría entre lo que parecía un túnel de altos y sombríos árboles.
Aquél era un camino que le conducía siempre al vacío, a la soledad, a la nada, un paseo que le invitaba a la melancolía y a la tristeza de un ser que siempre debía de despedirse de otro.
Al llegar al final del mismo, casi en las rejas negras que bordeaban el cementerio, pensaba en ese deseo angustioso de compañia: "ojalá estuvieras aquí ..."

Extracto del diario de un comerciante ... Pág 30 ...

* La novia olvidada ... extracto del diario de un comerciante: 1940 (Parte IV) *

La novia olvidada, texto escrito anteriormente en solitario, pertenece al diario de un comerciante y ésta es la parte completa original del relato basado en el mismo.
Pasado el tiempo, algunos afirmaban haber visto a una chica que sentada sobre las mismas piedras dónde se citaban Diana Y Ralph, parecía esperar a alguien, también decían que la escuchaban hablar en voz alta, cómo recordando algo que allí mismo la hubiera sucedido.
Parecíera también y ésto es algo en lo que muchos insistieron, que se le iban marcando los surcos de su dulce rostro con algún que otro amargo llorar.
Yó vigilaba siempre y en verdad que nunca veía nada de áquello.
Pero en una fría mañana de invierno, acompañando el consabido despertar rosado del sol, iniciando el camino que daba acceso a áquel paraíso, con mi escopeta de canón recortado, mis altas botas, mi larga barba blanca y mi sombrero ancho de guarda, iba recogiendo pequeños maderos a los pies de los troncos de los árboles para después hacer con los mismos un poco de fuego.
Cuando me apróximaba a la zona del riachuelo, ví algo que me dejó parado.
Reaccionando, fuí aproximándome lentamente, hasta descubrir que entre dos sendas rocas, se encontraba el cuerpo de una mujer vestida de blanco. La toque la cara, puse el dedo sobre su cuello y me dí cuenta de que no tenía vida, estaba totalmente congelada. Tenía la cara demacrada y surcos profundos que bajaban desde sus ojos.
Comprendí que era Diana, a la que muchos del pueblo llamaban "la novia olvidada".
Cargue con élla en brazos y la llevé hasta su familia, la cuál la reconoció, dijeron que llevaba perdida durante días.
Triste y sin ganas de nada, salí de nuevo hacía el bosque, porque en verdad el bosque era mi morada, Yó era su protector, simplemente "era un guardabosques más, que velaba en el mismo cada invierno ..."

Extracto del diario de un comerciante ... Pág 35 ...

Escrito por Carlos Them.

© Copyright Carlos Them 1988. Todos los Derechos Reservados. All Rights Reserved.

Texto agregado el 14-06-2009, y leído por 122 visitantes. (0 votos)


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