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Alaida y Capricho.

prólogo.

Alaida, una joven de veintiseis años de edad, estaba en el establo.
Le gustaba cuidar de los caballos que su padre tenía.
Caballos rápidos de carreras, por los cuales, los hombres de negocios apostaban grandes cantidades de dinero, en el hipódromo privado de la ciudad.
Alaida deseaba tener su propio caballo.
Alguna véz, solicito a su padre tener uno de ellos, para sus paseos privados, pero su padre siempre la decía: "Alaida, estos caballos valen mucho dinero, para un simple paseo.
Puedes montarlos con mucho cuidado, si lo deseas, pero tener un caballo como estos, sólo para tus momentos, es demasiado caro.
Estos caballos son usados para un negocio exclusivamente, sino no los tendría en mi establo".
Alaida siempre recibía la misma respuesta de su padre.
Una vez le respondió: "Algun día tendré mi propio caballo y nadie me lo podrá quitar".
Su padre, la miró y la dijo: "Si quieres un caballo, lo tendrás que mantener tú, será tu responsabilidad. Asi que, antes de conseguir tener uno, aprende bien a cuidar de ellos".
Y eso es lo que Alaida hacía en el establo, darles de comer, visitarlos con el veterinario y a veces montarlos.
"Si alguno de esos animales tiene algún problema en sus patas, tu padre te matará, ¿ lo sabes verdad ?".
La decía el veterinario, cada vez que la veía, preparar la silla sobre el lomo de uno de ellos.
Alaida no contestaba, sólo se montaba sobre el animal y salía como llevada por el diablo, acampañando al viento en su travesía.
Un día en que estaba sentada bajo la sombra de un árbol, vió aparecer un caballo blanco muy hermoso.
Alaída se incorporó y con una cierta destreza, consiguió acercarse al mismo.
El caballo relinchó un poco, pero dejó que la joven se acercase a él.
Tenía una herida en su lomo.
Alaida acostumbrada a ver y a tratar las heridas de los caballos, estudió la gravedad de la misma.
No parecía importante, pero era mejor curársela cuanto antes.
Sin pensarlo mucho, trató de montar al pura sangre, el cual la tiró bruscamente al suelo.
Alaida le dijo: "bien, hermoso caballo blanco, te llevaré a mi casa y te curaré, sino quieres que te monte, iré andando a tu lado".
El caballo, que parecía entender lo que la joven le decía, no pareciendo tener mucha prisa, comenzó a moverse al ritmo de ésta.
Alaida se preguntaba a si misma: "¿ De dónde podía haber salido un animal como este ? ¿ Y la herida ? ¿ Dónde se habrá hecho ese corte ?".
Cuando llegaron al rancho, Alaida llevó el caballo al establo y buscó al veterinario, para que asistiera la herida del mismo.
No encontrándole, ella misma se dispuso, con los conocimientos que había acquirido viendo actuar al mismo con anterioridad, a curar al animal.
Una vez le hubo lavabo, curado y vendado la herida, Alaida le llevó algo de comida y agua.
El caballo dobló sus patas y se tendió, Alaida dejó que descansara. Mientras tanto, comenzó a pensar en poner un nombre a su nuevo amigo.
Buscó entre un juego de letras, que usaban en el rancho, para nombrar a los distintos caballos.
Pero ninguno de los nombres que aparecian la gustaba realmente.
Ella quería un nombre especial y único. Un nombre que no fuera vulgar y que sonara realmente bonito.
Alaida, pensó, que aquél caballo, era cómo lo había soñado, su pequeño capricho.
Ese era un buen nombre. Capricho. Y así pensó en bautizarlo.

Escrito por Carlos Them

© Copyright Carlos Them 2007. Todos los Derechos Reservados. All Rights Reserved.

Texto agregado el 14-06-2009, y leído por 144 visitantes. (0 votos)


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