Lejanos, los pastos, se desvanecen de mi memoria.
Mutilando mi orgullo me dirigen al sofocante encierro.
¡Oh sol, libérame! quiero verte brillar en el cielo,
¡Madre tierra, ayúdame! déjame respirarte por vez última.
La vanidad usurera se excita con mi entrada al ruedo,
se derraman en tribunas, agitan pañuelos y sombreros.
¡Masa absurda!, celebrando la tortura en mataderos,
bebiendo del vino sangriento de sus botas de cuero.
Un cuadrúpedo a ciegas es montado por la tiranía,
desenvaina su brazo de hierro, pica mi piel con su lanza,
no olvidaré el tormento, no describiré esta agonía,
así acaba el primer tercio de mi innoble matanza.
A pares penetran las banderillas, mi cabeza ya no levanta,
el brillo de mis cuernos decae y mi sangre la arena mancha.
Las luces de su traje me ciegan, el fulgor de su espada me espanta,
mi agónica muerte se acerca y con ella perece mi casta.
Con final estocada mortífera caen al ruedo las flores,
el vino ahoga sus bocas, se ahoga con sangre la mía.
a mis ojos los entierra la arena, se extingue ya la agonía,
se extingue por siempre la esperanza de mejores albores.
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