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La Visita

Esto que te digo no es para dar enseñanzas, porque para eso están los maestros; pero sí para que me conozcas y no me confundas con viejas flácidas que se tiran a morir en sus angustias o llorar sus recuerdos, si la memoria se los permite.

Yo nací y crecí en el campo rodeada de colibríes y abejas; allá en la sabana de Sibacú. Aún ya vieja no te puedo decir porque se llama así, pero era bonito, aunque tenga nombra extraño. Aunque mi condición de hembra no me dejaba correr detrás de los otros muchachos, porque todos ellos eran varones, yo a cada rato me le escapaba a mamá, para darme un chapuzón en el río; Allá iba yo corriendo, me encueraba y me tiraba al agua. A mi no me importaba que me vieran mis partes, que todavía en aquel entonces estaban como el retoño de una flor. Además, ellos no me miraban mis botoncitos color primavera. A mi entender, en lo que se fijaban era en mis costillitas que sobresalían por encima de mis pocas carnes. Confundiéndose los gritos de nosotros con el canto del sapo toro y el chapaloteo en el agua, hacíamos competencias de natación. Y yo, siendo una enclenque, a veces les ganaba a los más grandes del grupo, poniéndolos en ridículo delante de los demás. Esto para serte sincera los ponía de lo mas furiosos, y me decían toda clase de improperios; que era marimacho, que iban a ir con las quejas a mi mamá, por seguirlos hasta el río; que era una indecente por bañarme en cueros delante de ellos. En fin para qué contarte. Cuando la cosa se ponía fea de verdad, hasta piedras me tiraban. Pero nada de eso me importaba, lo que para mi tenia significado era que yo siendo una niña; siempre les ganaba a una partida de varones.

Para entrar a la casa después de venir del río, era el problema. Siempre lo hacia por detrás; por los corrales de los puercos. Me escondía detrás del *vara en tierra, que era donde mi papá guardaba sus herramientas de trabajo, y esperaba a que mamá saliera al patio; momento que yo aprovechaba para entrar a mi cuarto. La casa no era grande. Era un bohío que papá había construido con troncos de palma aserrada a la mitad, con techo de *guano de palma cana. Por piso tenía jaboncillo; una mezcla de arcilla que yo tenia que sacar de una cueva que quedaba como a una milla de la casa. Sí, con siete años me echaba un saco de quince libras en el lomo y hasta la casa no paraba; era fatigante, y cuando los pies no me daban más, por el esfuerzo realizado, aparecía mamá por el camino de la guardarraya. Me quitaba el saco de mis famélicos hombros, me secaba el sudor con su delantal y me daba un beso en recompensa. No me hablaba, porque era de ese tipo de mujer con temple que conocía las miserias del campo, pero no lo expresaba por temor a ablandar mi coraje para enfrentar la vida. Entonces se echaba el saco de jaboncillo al hombro y, cargando con el otro bulto que llevaba en su vientre, hasta la casa no paraba.


Te digo todas estas cosas para que me conozcas un poco más. Porque, aunque me veas tirada aquí en esta cama, todavía no me voy a morir. Tengo fuerzas para seguir viviendo, y aunque no me inspiran los hijos, porque ya todos crecieron, envejecieron y murieron; aún me queda la esperanza de sentir el calor del sol a media mañana cuando me saca la enfermera al patio. Allá en el patio es donde a mi me gusta estar. No aquí, pues solo hay olor a medicinas y viejos decrépitos, que como niños malcriados, se pasan todo el tiempo dándole quejas a los doctores de sus achaques y penas. Sí, como te decía, estar en el patio es una maravilla. Al nomás salir, o mejor dicho, cuando la enfermera me saca, porque a estas alturas yo no puedo mover sola el sillón de ruedas, es entonces cuando empiezo a sentir el olor de la hierba que me entra hasta mis anejos pulmones; desintoxicándolos del olor que solo tienen los hogares de ancianos. Y allí es donde me pongo a soñar despierta, acariciada por la brisa cálida que baja de la Montaña. Pero primero que nada, le tiro unas migajas de pan del que guardo del desayuno a los gorriones. Porque yo sé que ellos están allí, posados en la mata de tilo, esperando a que la enfermera se vaya. Entonces, desdoblo la servilleta sobre mis piernas y hago casi polvo la rodaja de pan. ¡Si supieras lo divertido que es! Casi no me dan tiempo a terminar; primero llega uno, después otro y empiezan a comer de los pedacitos que se me caen de mis temblorosas manos. Ya todo el pan hecho migajas, lo lanzo con fuerzas frente a mí. No tan lejos como antes, de cuando yo era joven y les tiraba piedras a las matas de mango, que eran viejas como yo ahora, encaprichándose en tener los frutos muy altos para que nadie se los pudiera arrancar.

No, las migajas casi siempre caen alrededor de mis pies. Entonces, como en una estampida, viene el resto de la parvada de gorriones y piando devoran todo el pan. Los hay tan atrevidos que no se conforman con comer en el piso, sino que hasta se suben encima de mí y empiezan a picotear la servilleta con los restos del pan. Y eso, lejos de molestarme, me alegra mucho. Yo todo el tiempo he sido así. Siempre me ha gustado darle de comer a los que no tienen nada que llevarse a la boca. Y quizás hasta tú lo ponga en duda pero, esto me da fuerzas para seguir viviendo, porque todavía, con noventa años, puedo dar de comer a unas criaturas de Dios.

Ya cuando cae la tarde, todo es diferente. Me dan mi papilla y me preguntan que si quiero ver el noticiero. Pero yo no quiero, prefiero quedarme en el silencio y descubrir cuando empieza a entrar la brisa nocturna. No quiero ver calamidades en el televisor. Bastante viví yo con ellas. Pero si te cuento las tristezas, seguro te querrás ir, por eso ahora que me acuerdo, te digo que cuando cumplí catorce años, ya no me podía bañar en cueros en el río, porque los muchachos ya habían crecido; como también crecidos estaban mis senos y el pudor había entrado en mí. Sí, ellos seguían bañándose desnudos, que hablando aquí entre mujeres, te diré que a mí me encantaba sorprenderlos para verles su virilidad. Que yo, lejos de ser morbosa, lo que tenía era curiosidad de muchacha, porque eran diferentes a mí. Sí, ríete, pero en mis tiempos no existía esas clases de educación sexual que hay ahora. Todo era muy sano; como las aguas del mismo río donde nos bañábamos. Y para que te sorprendas, allí conocí a mi marido, que en paz descanse. No, él no siempre estaba en el río, el pobrecito siempre estaba trabajando. Las pocas veces que coincidimos, bastaron para estar juntos toda una vida. Y estoy convencida que, si su corazón hubiera sido tan fuerte como su amor por mí, te juro que todavía estuviera sentado en esa silla, donde tú estás ahora; acariciándome las manos y haciéndome compañía.

Bueno, parece que la visita se terminó, porque la enfermera Matilde está sacando del pabellón a las pocas almas que nos vienen a visitar. Es una lástima que el tiempo se vaya tan rápido y te tengas que ir; y no quiero que te vayas con lástimas al verme aquí, tirada, no señor. No me voy a morir tan rápido, porque si tú me lo permites, me gustaría verte de nuevo. Tu sonrisa y juventud me hacen vivir, al igual que el calor del sol en la mañana, cuando estoy en el patio. Y aunque me parece que no somos parientes, tu rostro me resulta familiar y me hace sentir bien. Cuando tengas algún tiempo libre, pasa por aquí, siempre serás bienvenida. Es que no quiero que la gente piense que estoy sola y abandonada en este mundo. Porque para serte sincera, tengo miedo de morirme como aquellos viejos de ahí, abandonados a la suerte, sin más compañía que su soledad y decrepitud.

Hoy pienso dormir tranquila. Todavía siento el calor de tus labios cuando besaste mi sien. Creo que aúna me quedan fuerzas para despertar mañana y alimentar a mis gorriones, y, sobre todas las cosas, la esperanza de que alguien vendrá a visitarme.

*vara en tierra=construcción rústica que se utiliza para guardar los útiles de labranza, en el campo.
*guano=hojas secas de palmera.

Texto agregado el 27-05-2004, y leído por 220 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
30-05-2004 El segundo que te leo; otra especie de monólogo dirigido vete a saber a quien; pero se va leyendo fácil, deshilando hasta el final, me gusta la ausencia total de barroquismo; eres muy claro y la idea es sencilla también pero eficaz, emociona lo suficiente. Es un buen cuento. Saludos. Nomecreona
28-05-2004 Un relato hermoso que lleva a la reflexión de nuestra vida, de nuestra dedicación y de nuestra compañía a los ancianos Hoy, yo vivo esa experiencia a diario, veo ancianos tristes, en sus sillas de ruedas, tan solo esperando la sonrisa de alguien que ni siquiera conocen, esperando una visita, una compañía. Un cuento hermoso, bien desarrollado, bien escrito y ... todas mis estrellas para la anciana que día a día espera verme llegar, y al corazón de un poeta y su hermosa inspiración. Ignacia
28-05-2004 Señor, con este texto Ud. se ha ganado todo mi respeto, es sencillamente hermoso, emociona hasta la última fibra. anemona
 
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