Ser extranjero y ser argentino.
Cuando publiqué por primera vez “Que es ser argentino”, recibí muchos comentarios de residentes en el exterior. Esta repercusión no dejó de llamarme la atención.
La trama del relato me la inspiró la visita que recibí de un sobrino que vive en Los Ángeles, a quien quiero y extraño. -Llevaba unos cuantos años de no verlo-.
Son muchas las razones que nos llevan a tomar determinaciones tan importantes como es la de dejar el país donde nacimos para buscar nuevos rumbos, un lector nos comenta sobre cuales fueron sus propias razones. Personalmente soy muy respetuoso de la decisión de tantos argentinos que sintieron que era conveniente emigrar. Incluso en ese comentario aclara que no lo hizo por razones laborales ni económicas.
Los motivos aludidos, las grandes crisis, son motivos valederos, o por lo menos dignos de respeto para juzgar las razones que impulsan a buscar nuevos horizontes.
Creo que pocos abandonan su país sin tener razones justificadas, se sufre mucho con el desarraigo como para pensar que es fácil tomar semejante decisión.
Se paga un alto precio por obligarse a emprender un nuevo rumbo en un país donde debemos empezar desde “cero”, incluso si es de habla hispana y somos bien recibidos, esto no nos releva de ser “extranjeros”.
Ser extranjero implica manejar códigos diferentes, costumbres y comidas que no nos son propias, conseguir trabajo, la escuela para nuestros hijos, la pérdida de nuestros amigos, la ausencia de familia. Nos exponemos a una prueba extrema. Seguramente habrá momentos de recaída, de replanteo, alguna lágrima por lo que dejamos atrás. Dice “Don Ata” en unos versos memorables “cuando se abandona el pago, tira el caballo para adelante, y el alma tira para atrás”, y la pucha que es verdad, también es cierto que existen pueblos que tienen mejor poder de adaptación, que son más fríos como solemos decir. Los argentinos vivimos puteando, pero somos nostálgicos, nos cuesta demasiado vivir lejos de casa.
Mi padre era “gringo”, y solíamos charlar café mediante sobre estos temas, papá rara vez hablaba de su patria. Amaba la Argentina. A veces le preguntaba si había sufrido mucho al “tener” que dejar su tierra, empleo la palabra “tener” porque expresa mejor el sentido de lo que el expresaba. "Por supuesto que se sufre, y de qué manera” – respondía papá -, “nadie que se va de casa se la lleva gratis”.
Tampoco había mucho para pensar deducía yo. Nuestros padres y abuelos en su gran mayoría llegaron a nuestro país corridos por la guerra, el hambre, las persecuciones. Encontraron aquí un lugar que los recibió y que les facilitó oportunidades que no tenían. Sin duda que eran otros tiempos, armaron una familia, tuvieron hijos y prosperaron económicamente, esos hijos además tuvieron la posibilidad de estudiar, había que ser “gringo” para sentir lo que ellos sintieron cuando se referían a su hijo “el doctor”.
Cuando nos fuimos de la Pampa, papá compró un terreno y construyó una casa en las Lomas de San Isidro. Al poco tiempo, seria por los años cincuenta, llegó a la zona una numerosa comunidad italiana, en su gran mayoría calabreses y sicilianos.
Llegaban silenciosos, cargados de valijas y bultos como único equipaje. Alambraban el terrenito y construían una piecita de cinco por cinco al fondo del lote. Durante un año, hasta construir la casa definitiva, esa era la vivienda para la familia y el depósito para guardar la cal y el cemento para que no se mojara.
Los hijos de estos “tanos”fueron mis primeros amigos en la adolescencia. Al poco tiempo conseguían ocupación, fueron aquellos los años del famoso ¡Ingeniare! italiano.
La gente nuestra los contrataba para trabajar por lo general en albañilería, plomería y todo lo relacionado a la construcción que era lo mejor que sabían hacer, en realidad se daban maña y eran hacendosos y cumplidores.
Hablar con acento italiano, ser extranjero, más que un inconveniente fue algo que los favoreció, la gente los prefería justamente por este motivo, de boca de ellos escuché por primera vez lo de “mi hijo el doctor”. “Il mío figlio no va sere uno bruto come el padre”. Antonito studia a la facultá, pronto sará un dotore”. -solian decir-
Por aquellos años no había computadoras, ni cámaras para verse, irse de casa significaba cortar un vínculo que significaba pasar una vida para volver a ver la familia, no era de extrañar la ilusión que anidaba en cada uno de ellos.
Cuando muchos años después algunos lograron retornar de visita para reencontrarse con la familia, al poco tiempo ya añoraban volver.
Italia, España, ya no era la que dejaron, muchos paisanos y familiares habían muerto, las costumbres no eran las mismas, y “la planta “ como solían decir, había dado sus frutos en Argentina. Aquí estaban los hijos, los nietos, mas toda una historia que tenía que ver con la construcción de una vida, a pesar de todo no se privaban de contar milagros sobre como se vivía en Europa, de lo bien que habían encontrado a la familia, pero ya no soñaban con volver más que de visita.
Pasaron muchas cosas, y seguro que no fueron muy acertadas.
Nuestro país, nuestra querida argentina que fue durante tanto tiempo una tierra de promisión para tanta gente que encontró en ella el lugar propicio en el mundo para llevar adelante su proyecto de vida, desde hace unos cuantos años, vemos que los hijos y los nietos de estos "gringos", que muchos dijeron que “venían para hacerse la América” pero que también a costo de grandes sacrificios la construyeron, toman la dolorosa decisión de volver ellos a la tierra de sus ancestros, cansados ante la inequidad, cansados de golpear puertas y que nadie los escuche, y lo más penoso es que en muchos casos solo se trata de ir a lavar platos en algún Mc. Donald.
Andre, Laplume. Junio del 2009.
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