Cuentan que el primer hombre, estando solo y aburrido, sentado en una piedra, se puso a inventar palabras. Inventó la palabra camino y se adentró en él. Y se dio cuenta de que estaba solo y abandonado. Entonces inventó la palabra árbol, la palabra pájaro y el aleteo de las alas hizo mover las hojas verdes.
Y así siguió: inventando, caminando, jugando. Casa:
Y se vio salir un humo azul sobre el tejado, junto al camino. Gato: Y se escuchó un maullido tenue dentro de la casa. Y se escuchó un maullido tenue dentro de la casa. Y así siguió el hombre. Inventando. Caminando. Jugando. Río:
Y se escuchó un rumor de agua, luchando por buscar un cauce hasta llegar al mar. Silla: Y el hombre se sentó en su invento, a mirar el paisaje que había bautizado.
Pero el hombre se aburrió de su juego y se inventó la palabra olvido. "De ella se irá a desprender todo el resto" -pensó-
y así se fueron desapareciendo uno a uno el camino, la silla, el árbol, la casa...
Pero de pronto apareció una palabra que él no había llamado, que no había convocado. Y era tan extraña que aún a fuerza de tratar de olvidarla, al hombre le quedaba imposible. Era una mujer. La mujer se acercó y lo besó por primera vez. El hombre cerró los ojos, y cuando los abrió, volvieron a aparecer uno a uno el camino, el árbol, la silla, el río, la casa.
Cuentan que, desde ese día, los hombres andan caminando por el mundo inventando unas cosas y olvidando otras. Mientras que las mujeres también caminan y deambulan por el mundo, recordándole a los hombres que hay cosas que no se pueden inventar pero tampoco se pueden olvidar.
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