¿Le ha pasado quedarse a oscuras, en una habitación que no conoce? Usted abre los ojos desmesuradamente, parpadeando con fuerza, como tratando de acomodar los ojos a las tinieblas, a pesar de que sabe que la habitación no tiene una cortina abierta, ni un resquicio en la madera del techo todavía caliente por el sol de la tarde, ni un agujero para que entre la luz mortecina de algún faro intermitente en el medianamente alumbrado corredor.
Entonces Usted se siente asfixiado. Le parece que los retazos de oscuridad que lo rodean se aferran a su garganta y que ése olor acre, difícil y ominoso, ése olor que no es suyo, se filtra por los pulmones y viaja pr sus arterias hasta el cerebro y Usted siente ganas de devolver, pero allí sacude la cabeza, y se oblga a volver a la realidad. Entonces se incorpora en la cama (demasiado blanda por cierto), se pone de pie y estira los brazos. Palpando en la oscuridad comienza a buscar la puerta. Camina despacio y a pesar de todas sus precauciones se golpea las espinillas con una mesita de noche que no recuerda haber visto al entrar. Maldice entre dientes y sus manos continúan la exploración táctil de la pared fría.
Centímetro a centrímetro, usted adivina lo que hay en ella: Una levantadora de peluche, un rosario suspendido de dos clavos y al lado está el interruptor. Valiente Gracia! Desde que llegó a la habitación Usted estaba seguro de que no había un bombillo en ella, de hecho es una de las razones por las que escogió precisamente ésa; pero ése olor opresivo lo persigue, le da la impresión de afferrarse a sus vestiduras y siente que más tarde le será dífícil quitarse el hedor de encima. De alguna forma siempre le ha sorprendido cómo el olor, en principio agradable, excitante, de una mujer hermosa, suele degenerar progresivamente en su nariz hacia aquella peste desagradable, imprecisa y asfixiante que ahora mismo lo está desesperando, que lo impulsa a buscar la salida con rabia, con un sudor frío que nace en la nuca y le resbala por la espalda.
Pero afortunadamente Usted ya ha sentido la puerta, sus manos buscan el picaporte con prisa y a pesar de que cuando abre e intenta salir resbala con el felpudo de la entrada, no le da importancia al hecho y abre la hoja decididio, con un gesto que lo libera de la desesperación y cualquier rastro de culpa, porque allí afuera está la luz mortecina que ha estado buscando afanosamente, pero sobre todo está el aire, ése oxígeno inodoro que extrañaba hasta las lágrimas. Entonces usted vuelve la vista, seca su frente, sus ojos... y a la luz de ésa pálida bombilla que le es extraña, reconoce el rastro que han dejado sus manos, las huellas del sudor y el rostro tranquilo de la mujer.
Usted mira por última vez el cadáver y se va.
¿Le ha pasado alguna vez quedarse a oscuras, sin darse cuenta, en una habitación que desconoce? A mí me pasa con frecuencia. |