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En ese entonces yo no era Pepe sino Pepito, el más pobre de los borregos que vivían en la pensión de la calle Italia. Mi tía María Agustina era mi tutora por orden de un juez desde que fallecieron mis padres de tifus. Mi tía padecía de una honda depresión y yo era quién se ocupaba de todo.
Era yo mismo quién por la enfermedad de mi tía iba a cobrar la pensión que le había dejado mi tío, un capitán de la marina muerto en alta mar. A veces cuando volvía de las oficinas donde me daban el dinero paraba en un puesto de panchos de la avenida y comía hasta tres.
Pero aunque niño sabía que el dinero era el justo para sobrevivir toda la semana. Así que volvía a la pensión por los caminos más seguros para no arriesgar a que me robaran el dinero. Subía al primer piso por unas escaleras de metal y abría la puerta de la casita, iba al cuarto de mi tía, quién estaba tumbada en la cama, la mayor parte de las veces llorando en silencio.
Le contaba que había cobrado la pensión y trataba de animarla por todos los medios posibles, pero era inútil. Una tarde en el tranvía escuché la conversación entre un médico y una señora. Esta le relataba que su esposo estaba sin trabajar, en cama y taciturno y deprimido, y el doctor le dijo que estaba enfermo y que tenía que tratarse.
Una tarde después de la escuela fui a un hospital de la avenida y le expliqué a una recepcionista el problema de mi tía. Tuve que esperar varias horas hasta que finalmente apareció un hombre de guardapolvo blanco: era el mismo del tranvía.
Me dijo ser psiquiatra y me acompañó hasta la pensión y habló largo rato con mi tía hasta que ella le prometió que se trataría, que asistiría dos veces a la semana a un tratamiento en el hospital. El médico me prometió que mi tía se pondría mejor en un tiempo no muy extenso.
Pasaron los meses y yo era quién le insistía para que vaya al hospital y finalmente lo conseguí. Empezó a cambiar su humor y se mostraba afectuosa conmigo y hablaba maravillas del doctor, de quién decía que además era muy guapo.
Llegó el verano y el doctor, mi tía y yo hacíamos largos paseos por el parque alrededor del lago. Reíamos y la pasábamos muy bien, el doctor me compraba dulces y mí tía lo miraba absorta, se estaba enamorando del buen hombre.
Finalmente meses después ambos se casaron y los tres nos fuimos a vivir a una casa con parque y me compraron ropa nueva, me cambiaron de escuela por una privada, donde yo aprendía ingles. El doctor era muy rico y hacía viajes al exterior a menudo. Éramos una familia feliz.
Cada tanto yo iba a visitar a mis amigos de la pensión, algunos de ellos me miraban con envidia cuando les contaba la casa en que vivía y otros detalles. No podían creer que yo hubiera dejado de ser el más pobre de todos para convertirme en un niño limpio, educado y mimado.


Texto agregado el 09-06-2009, y leído por 99 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-08-2009 Es interesante, narracion clara y limpia.Es simple e inocente, real. Me gusto. Saludos englishrose
 
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