Otra vez me encuentro de camino al aeropuerto para dejarte en él. Para resignarme a que cruces el cielo hacia otro lugar. Un día más, como tantos otros convertidos en un ritual, de prisas surgidas a última hora, de maletas acarreadas, de reproches, de adiós contenido en un suspiro de ingrato momento.
--¿tienes tiempo de tomar un café?--
--si tengo un momento—
En aquel café, al lado de la puerta de embarque…la puerta de ida… advertimos casi en silencio como la gente se despide. Unos con risas, otros con abrazos, otros con besos, otros con lágrimas. Pienso como me despediré hoy; tal vez como la semana anterior con un simple gesto de mí mano. Recuerdo el primer despido. Recuerdo aquella maleta roja. Recuerdo mi nerviosismo, mi agonía por aquellos momentos anteriores a tu marcha, presintiendo como si el volver a verte no fuera posible... un frió penetrante me recorrió la espalda; Pero tú… tú me abrasaste y me regalaste aquel beso intenso con sabor de amargo café. Colocaste aquel pañuelo de compañía en mí cuello dejando que tu olor acompañara mis días y mis noches, en espera de tú regreso. Que no daría yo por sentir una y otra vez aquel beso...aquella mano rozando mi cuello…aquel suspiro de tu boca…
Ya, de camino, a casa, en el coche, escuche que algo pasó, tu vuelo nunca logró surcar el aire; fracasó en el intento...
Desde entonces mi niña, todas las semanas desde aquella primera despedida, preparo tu maleta con desvelo para ir al aeropuerto… y así poder darte un adiós con un simple gesto de mí mano y un grito ahogado de mi corazón.
© metro
|