Había montónes inmóviles de arañas mecánicas en el salón donde entró Samuel Blanco y ocasionalmente, mientras pasaba, observaba que alguna se levantaba y parecía disponerse a seguirlo, tal como él seguía al entrevistador que lo guiaba a la oficina de reclutamiento. Al llegar a la puerta el entrevistador levantó su muñeca, colocó su pulsera frente a una lámina plástica en la puerta y un zumbido precedió al chasqueo de la cerradura.

- Pase, señor Blanco, tome asiento. Supongo que ya está al tanto de la labor que realizamos aquí.

- Sí. Aquí tiene mi examen- dijo Samuel extendiendo una tarjeta del tamaño de una uña al entrevistador quién la tomó e insertó en la ranura del cubo en su escritorio, se encendió el monitor colgante de la pared mostrando una gráfica.

- Todo parece en órden.- dijo el guía y con un teclazo en el escritorio hizo que un pequeño montón de arañas apiladas en un rincón cobrara vida, un zumbido apenas audible inundó la oficina, las diminutas patas transparentes de aquellos bichos mecánicos rasguñaban la duela a cada paso que daban. Escalando unas sobre otras comenzaron a tejer una nanotela y como la vela de un barco esta se extendió. Unas arañas más pequeñas caminaron sobre ella y la telaraña comenzó a tomar la dura forma de una caja. Tras un par de minutos la caja, del tamaño de un puño, cayó del hilo que la sostenía como cae una manzana del árbol, las arañas entraron en la caja. El entrevistador la tomó y la puso en su escritorio.

- Esta será su consola, le insertaré en esta tarjeta los programas de la empresa. Usted sólo limítese a su labor de diseño y nosotros nos encargamos del resto. Eso es todo, preséntese a las 10 horas de mañana con su cubo.

Samuel estaba listo para su primer empleo. Y pensar que tuvo que estudiar seis años en la universidad para eso. Para medio día de mañana se encontraría en su mesa de diseño creando nuevos productos. Se preguntaba cómo habría sido esa situación una década antes, cuando no existían las arañas.