El amor a nuestros libros.
Creo cada día más en la lectura como fuente de inspiración, incluso desde una simple novela.
La eterna búsqueda que nos hace pensar cada libro que cae en nuestras manos, como lo más parecido a una nueva revelación.
Hay los que nos dejan marcas indelebles, marcas que no se olvidan. Pasan los años y recordamos lecturas de aventuras, de amores, sueños y desvelos que se cumplen en la vida de los personajes del relato, y los cristalizamos en nuestra vida tratando de pensarlos propios, aunque lejos estén de serlo. ¿Justifica esto la lamentación?. ¿Justifica el auto reproche de pensar que mientras “perdíamos” el tiempo en lecturas, la vida transcurría a nuestro lado y tan siquiera la vimos pasar. es posible, pero fue una linda experiencia.
Nuestra biblioteca es portadora de nuestro ADN., es parte de nuestra historia, encontramos en nuestros libros tardes de café, renglones y párrafos remarcados que serán herencia para nuestros hijos, que un día posarán sus ojos por los mismos párrafos, y meditaran junto a nuestras viejas reflexiones.
Nunca pienso en renegar de las horas pasadas en su compañía, me ayudaron a viajar por mundos de fantasía, por geografías que no llegaríamos nunca a conocer, fuimos valientes “bucaneros y piratas” en los barcos de “Sandokan”, amantes incansables en “Bell Ami”, sufrimos la Metamorfosis con Kafka, meditamos con Spinoza, nos deslumbramos con Borges, fuimos ardientes amantes de la Maga.
Imposible ser desagradecido. No tengo dudas que si volviera a empezar repetiría los mismos hábitos, leería muchos de los libros que no llegué a leer.
Internet, no remplaza al papel, no tiene cuerpo ni guarda forma, no se lleva bajo el brazo, no hay páginas ni el aroma de la tinta, no recepta nuestro amor, ni guarda nuestros recuerdos, no es posible encontrarlo en una librería, escribir entre sus hojas una dedicatoria al amigo o a la mujer amada. No guarda pétalos de rosa a lo largo de los años.
Nuestros libros son nuestros amigos, retienen nuestros olores, son parte de nuestro orgullo, el patrimonio excluyente de nuestras emociones.
El romance se inicia desde el primer día, desde el mismo momento en que los elegimos, suelo apenarme cuando los veo sucios y entristecidos sobre una mesa de saldos, a “Tres por diez pesos”, mercadería de oferta, un precio que no supera el de los diarios del domingo, una simple mercancía.
Salvo algunos escritores elegidos posiblemente por la moda y en muchos casos por razones más valederas, la vida diaria de un escriba no es de lo mejor, una gran mayoría se ve obligada a trabajar en actividades que no les son afines. El manejo económico, está en manos de comerciantes que poco aman la literatura, las editoriales suponen en muchos casos que le conceden un favor al escritor por publicar sus trabajos. Otros, se atreven a sugerir los temas.
No se discute que al fin y al cabo se trata de vender, y que esto forma parte de un negocio, pero no debiera ser lo mismo vender un kilo de papas, que el trabajo intelectual y espiritual de un hombre.
Posiblemente, (sería conveniente) que quien se dedique a estos menesteres convenga en hacer un curso de modales y cultivar un modelo de comportamiento más acorde al que corresponde al trato con un artista.
Recuerdo por haberlo presenciado, a uno de nuestros más grandes escritores cargando y descargando libros de una camioneta, recibidos a modo de pago por parte de una editorial.
Urgido por la necesidad de juntar unos pesos, los liquidaba a precio vil a una conocida librería de ofertas de la calle Rodríguez Peña hoy ya inexistente. El hombre que menciono era el escritor, profesor, político y extraordinario poeta Eduardo Mallea, autor de obras incomparables como ser “ La ciudad junto al río inmóvil “, “ La bahía del silencio “ y tantos otros libros que constituyen lo mejor de nuestro patrimonio cultural.
Debiera existir una mayor preocupación de parte de las autoridades para que estas cosas no sucedan.
Es meritorio a pesar de todo lo que se pueda objetar, ver cada año la gran concurrencia que se aproxima a la Feria del Libro. Entre los concurrentes se ven numerosos grupos de jóvenes y niños. Hay motivos para creer que hay un futuro promisorio para la continuidad del libro y de la literatura. También es notable a pesar de todos los inconvenientes ver la cantidad de jóvenes escritores, que desafían cualquier escollo para desplegar su vocación.
Andre, Laplume.
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