Ya mike, ya estás inmortalizado; puedes estar tranquilo, porque aunque vayas al olvido será de todos modos lo mismo.
La complejidad subjetiva en que estamos inmersos, es igual a la de todo lo que nos rodea y no es nosotros. Es tan rígida y predecible como las estaciones que cada año se baten llenas de ilusión en luchas con finales para ellas impredecibles, pero que en esencia son lo mismo; nosotros, siendo en este punto imparciales, sabemos que la llegada del invierno es indefectible.
Si un año llueve el 4 de septiembre, en el próximo seguramente lloverá por las mismas fechas. Es como si las fuerzas de la naturaleza, ignorando las causas de su transformación, se resistieran con la esperanza de imperar; y es así como algunas veces se retrasan otras se adelantan, algunas veces son concentrados otras distribuidos, los fenómenos de la naturaleza.
Así, el ser humano, en su aparente sistema de libre albedrío, hace lo que no quería, termina donde no quería y encuentra lo que no buscaba. Es así que la fuerza constante y hegemónica del universo, llamada destino, nos otorga poderes y voluntad menores a nuestros deseos, para que al final cada quien haga lo suyo y nada se salga de orden.
Nuestras voluntades son instrumentos de reestructuración de la naturaleza; nuestras conciencias instrumentos de contemplación.
Claro que nosotros no podemos predecir lo que nos pasará, así como las estaciones no saben que terminarán para dar paso a otras, y por eso se resisten. Nuestra labor se limita a buscar nuestro bienestar, pero eso no quita que alguien de otra especie o alguien muy avisado de los nuestros, sepa lo que nos espera. Inclusive, es muy probable que las estaciones sepan lo que sucederá con nosotros, porque la naturaleza gusta de jugar ese tipo de bromas paradójico-recíprocas, que podrían dejar una pista en el hecho de que, por ejemplo, el invierno se lleva mucha gente, el verano nos pone contentos. Uno nunca sabe.
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