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Memoria

© Mario Aguilar Benítez
6/09

Era un día nublado y dos personas de la tercera edad caminaban por calle Suecia al llegar a Providencia, un lugar de memoria, de encuentro, del pasado. No vivían allí pero sus memorias entrelazaban muchos períodos de historia, de su historia.
El, de pelo blanco, todavía con un bigote de décadas que se habían ido llevaba un bastón y caminaba erguido pero con algo de dificultad. Ella, más erguida, parecía su hermana, pues los dos eran bastante parecidos. Su pelo negro, brillante, recordaba años de posibilidades, de alegrías, pero también de sufrimiento.
Y al sentarse en una mesa del Coppelia los recuerdos afloraron pronto. Muchos de ellos, muy largos para una sola taza de café, la taza que por salud ya no podían tomar, pero que se había convertido en un acto vandálico y tenaz contra los médicos, las dietas y los años. Y a medida que el café hacía su estrago en los estómagos irritados ellos volvían a la vida y recordaban, tomados de la mano, en el invierno cruel, en que solo dos prendas los cobijaban: los abrigos eternos de los que sufren el frío.
Las manos eran las mismas que se habían encontrado veinte años antes, que se habían entrelazado tantas veces, que ambos habían aprendido a reconocer en la oscuridad. Las de ella de piel tersa y delicada, muy bien lavadas por haber trabajado con enfermos; las de él todavía afectadas por las presiones de sus años mozos y algo reumáticas por el paso del tiempo y de la bruma. Pero un detalle, él todavía escudriñaba los dedos de ella para ver si usaba un anillo humilde que le había dado muchos años atrás, y ella jugaba a ponérselo y quitárselo para ponerlo nervioso. Después de todo ella era muy bonita y él desconfiaba de otros jubilados.
Pero era en el Coppelia que recordaban y seguían conversando de todo, felices, amorosos, él gruñón con los cambios urbanos, ella dispuesta a seguir vitrineando a pesar de los años. Y los interrumpió el teléfono que llevaban, uno solo para los dos, pues los tiempos no estaban para dos, pero funcionaba y en el otro lado de la línea estaba la hija de ella, la que esperaba familia y necesitaba consejo de todos. “No te preocupes” le dijo ella “todo saldrá bien”, niños han venido al mundo por miles de años. “Ya chao, te llamo en la tarde” fueron las palabras de la que iba a ser abuela, esperaba de varios nietos.
Era un 30 de mayo y el frío de Santiago se cernía sobre la bruma de la capital, mientras los fantasmas del pasado caminaban hirsutos por Providencia y por la Avenida Salvador Allende [antes 11 de septiembre]. “Te acuerdas de ese 30 de mayo veinte años atrás, mi viejito?”. Te dio la neurosis y me propusiste matrimonio. El se sonrió y sus ojos la miraron con ternura; aunque el no le recordó que se habían finalmente casado después de años pues querían tener otra celebración del amor mutuo. Pero ella le tomaba el brazo y le recordaba que se había emocionado, aunque le había parecido extraño lo que le habían pedido: matrimonio. Los dos habían sufrido neurosis y trauma en sus primeros matrimonios; no hay que decirlo pero casi enloquecen de tristeza macabra.
Pero ese día, ya cómplices de sus vidas tomaban su café con el orgullo de los pioneros que supieron ir donde otros no podían y salir de la vida inerte aunque fue difícil y soñar amplias alamedas de rosas, de violetas y de jazmines. De repente el teléfono sonó nuevamente; otro llamado de un retoño, su hija contándole que se le habían quemado los tapones y qué hacía entonces. El simplemente le dijo que llamara un electricista y colgó.
Un segundo café con torta fue necesario para recordar el día de su boda. Ya estaban casi por jubilar y finalmente decidieron que lo harían. Su domicilio estaba en la municipalidad de Santiago por lo tanto la jueza era de ese distrito y decidieron hacerlo en las oficinas de la municipalidad, allí donde la historia de Santiago y sus propias historias se habían forjado. Quedaban pocos amigos de tiempos antiguos así que dos hermanos fueron testigos. Lucían radiantes cuando les preguntaron si venían voluntariamente a casarse, ya no era necesario hablar de hijos, y si sabían lo que hacían. Los dos respondieron afirmativamente y él hasta acotó “sabíamos hace tiempo lo que hacíamos”. Optaron por compartir todos sus bienes y salieron dichosos a su almuerzo en El Naturista, arrendado para la ocasión, y después la luna de miel en Temuco.
Pero esa mañana de recuerdo y de aniversario solo se tomaron las manos con las sonrisas de dos seres humanos felices, corajudos revolucionarios que soñaron mundos nuevos y consiguieron caminar juntos. Un beso los unió nuevamente en un momento de amor que ya se había prolongado veinte años. Pero no hay duda que la realidad golpeó a la puerta nuevamente cuando ella le recordó que tenían que comprar perfume para no apolillarse, y salieron del brazo a la bruma del Santiago que tanto querían. Sobre un árbol había un pájaro invernal que los saludó con su canto, mientras ellos avanzaban como dromedarios de Madián hacia la estación del Metro. Dos figuras felices se perdieron en la bruma, dos esposos felices, que ya se conocían por 50 años.
FIN

Texto agregado el 07-06-2009, y leído por 63 visitantes. (0 votos)


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