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Inicio / Cuenteros Locales / Darkyharry / Cap. 13 - Tazas y policías.

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El café estaba algo lleno, producto de que era la hora de la primera ronda de desayunos de la ciudad. P. se ubicaba siempre en un asiento cercano a la vitrina donde podía observar hacia la calle principal, la plaza y el pasaje donde hallaron hace unos días atrás a una de las gemelas asesinadas. Asiento también a gusto de H. en correspondencia a la ubicación que él utilizaba en El Bar a altas horas de la noche para beber su whiskey. Comiendo unas pequeñas tostadas “de la casa” con mantequilla, ella esperaba pacientemente a H. Muchas cosas habían pasado en el transcurso de los años en los que ella ya no pertenecía a la policía, tantas que no sabía por cuál de todas comenzar una vez H. pidiera explicaciones. H. por su parte después de pasar a constatar hechos de la noche pasada al cuartel, una patrulla designada los llevo a él y a B. a la plaza frente al café. Bajaron ambos con sobreros pero con sus chaquetas en el brazo, el calor, a pesar de la hora mañanera, era algo pesado; unos 27º a luz directa. B reconoció a P. sentada en la mesa tras el ventanal de la vitrina e hizo una seña a H. el cual miró en dirección asintiendo.

La campanilla de entrada sonó y un alto porcentaje de las personas que estaban dentro se giraron o levantaron sus cabezas para ver quién entraba. B. y H. retiraron sus sombreros y tomaron ubicación en la mesa.

- Hola, chicos – dijo P. sin levantar su cabeza de la lectura del diario matutino – Interesante lo que hablan estos periodistas hoy en día: “nadie está a salvo”, “la policía cada día menos eficiente”, “los viejos vuelven a aparecer”...

- Calla ya, P. – dijo H. en un tono serio pero con tal firmeza que P. se sintió amenazada en un punto – Ahora dinos qué diablos pasó ayer y el porqué de la cita de hoy.

- Al parecer algo malo ocurrió, chicos, podrían partir diciéndome qué pasó también.

- La sobrina de H. falleció después del parto, P. – dijo B. mientras tomaba la carta para ver qué tipo de desayuno pedía.

- Mierda, lo siento H. Sabrás que no tengo nada qué ver con eso

- Eso lo sé, P. Pero quiero saber el porqué de ese supuesto atentado hacia nosotros tus amigos, los que estábamos concientes de que estabas mal – dijo H. sin mirarla a la cara – Q. fue atacado directamente y B. fue emboscado e incluso estuvo entre tiroteos.

- Creo que los Nights no supieron hacer su trabajo bien. Ahora la explicación del porqué es simple: los viejos sabían que yo estaría ahí, y con ustedes alrededor, posiblemente hubiese sido más que un simple tiroteo si no planeaba algo para sacarme a mí misma de aquel lugar.

- Entiendo. Ahora qué diablos la cita esta – H. la miró mientras recibía su café negro con un chocolate.

- Traigo noticias desde el extranjero – P. movió sus ojos haciendo un gesto que se definía como “podemos estar siendo espiados” – El paquete viene en cinta de oro y llega hoy a las 2 pm.

- Debes estar bromeando – dijo B. tratando de entender el mensaje. Hace 4 años “el paquete en cinta de oro” era la forma de nombrar al asesino que ahora sabían, era el padre de Q. – Esto debe ser más que una broma, P. y sabes que no las aguanto de este tipo.

- Pues no es ninguna broma, D. estuvo en contacto con alguien de los viejos y tocó que antes de mi retiro él era un fiel informante. Enviaron una carta con dinero y una “amenaza” haciéndolo volver obligadamente.

- Detente ahí – dijo H. – Qué tipo de amenaza haría volver a D. a un destino casi terminado, sabiendo que lo perseguimos y que está también bajo control de los viejos.

- Tú deberías saberlo, amigo mío – dijo P. con un tono algo pedante - ¿Qué cosa sería lo único que te haría volver de un exilio criminal, familiar y amistoso, después de casi 5 años?

- Una muerte importante… - dijeron a coro B. y H. después de la sorbetera de sus cafés.

- Eso es, chicos. La amenaza, según pude averiguar iba en relación a Q. y su pequeña. D. aún tiene sentimientos y debemos saber que la muerte de su esposa lo tiene más que traumado. No aguantaría perder a otro familiar aun que su relación con ellos sea nula.

- Tienes razón – dijo H. dejando su taza en el centro del plato - ¿Qué haremos?

- Dejarlo, H. Dejar que se acostumbre a su país nuevamente, dejar que se reintegre y rescatarlo de los viejos cuando sea oportuno y necesario. El problema es Q. Creo que D. tiene demasiadas ganas de volver a contactarlo y no podemos dejar caer a un policía en manos de un mafioso. Por más que D. sea el padre de Q. no sabemos con qué intenciones actuará al regresar.

- Es algo increíble, me parece una jugada de puta madre por parte de los vejetes, es algo realmente raro – dijo B. mirando por la vitrina un taxi que se estacionaba fuera del café – Creo que debemos dejarlo, tal cual dijo P. Hacer que vuelva a la acción y atraparlo para sacarlo de esa maldad que lo invadió. Q. me preocupa, es un chico ganador, pero también es débil con la familia, después de perder su matrimonio lo he notado más lento para sus cosas, sin menospreciar su problema de joven que aniquiló su sueño de ser atleta. Debemos cuidarlo, una mente débil es problema seguro para nuestras líneas.

- Así es, me preocupa la situación de amenaza, para qué quieren a D. otra vez los viejos, no me gusta para nada como se están viendo las cosas. B. me tomaré unos días para estar con mi hermana y a ver si avanzo algo y refresco la memoria por lo del maletín que habló una de las gemelas.

- Sumamente entendible, H. no te preocupes, cualquier cosa te llamaré.

- Gracias – dijo H. dejando su dinero en la mesa y despidiéndose de P. con un beso.

- Nos vemos H. – dijo P. – Disculpa la molestia de ayer y siento la pérdida de tu sobrina. Ya vendrán tiempos mejores amigo.

- Eso esperamos todos – dijo B. extendiéndole la mano a su compañero de trabajo.

H. dejó atrás a B. y P. que se quedarían otro rato más antes de comenzar con las investigaciones. El calor había aumentado a causa del café que se había tomado. H. tomó el mismo taxi que B. había visto estacionarse afuera. Dejó su chaqueta a un costado del asiento trasero, encima su sombrero, desabotonó el primer botón de su camisa, ajustó su corbata y dijo: “Al centro, amigo”. El conductor asintió y dobló por la calle principal al verde del semáforo. H. miró su reloj y verificó el tiempo restante para que D. tocara piso nacional. Dudó si ir al aeropuerto de incógnito sólo para identificarlo y ver qué tal estaba. Se negó a sí mismo la posibilidad. Llegó al centro, canceló su pasaje y buscó un quiosco para comprar una bebida y refrescarse un tanto. Tomó su cajetilla, confirmó que le quedaban cigarrillos para la tarde y se sentó en una banca fuera del banco. La primero gota de sudor bajó por su sien al encender un cigarro. Tomó esa posición en la que se encontraba siempre que pensaba en lo que le preocupaba. Codos a las rodillas y la espalda encorvada hacia delante. Miró al cielo después de un rato y respiró hondo. Al cabo de una hora se levantó y caminó hasta su casa. No saldría hasta la noche, cuando bajara el calor. Tomaría una ducha y vería la televisión hasta posiblemente quedarse dormido.

Texto agregado el 07-06-2009, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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