Soy el aroma de los pinos que me lleva a ti, una sombra atada a la fragancia de mi hombre, la vid deleitando en las botellas, los espacios de piel en que respiras, el sol atado al nudo de tus labios, la tierra envuelta por los cuerpos, el hemisferio de tu lengua hurgando la frescura, tus manos y las noches. Soy el alba reflejada con tu risa, la libertad en cada circunstancia, la vida habitada con tu nombre, el misterio, la pleamar de los océanos junto al latir de algún espasmo, una oscuridad sin luna o el universo tejido dentro de los cuerpos. La felicidad, esa paz de recorrerte en la inocencia y el deseo, tus ojos mansos, mis manos formando y desformando, las gotas de tu esperma diluidas en el tiempo, un beso robado de tu ensueño, lo tangible e intangible, el infinito, Dios. El recuerdo de tu ausencia, lo impredecible de un abrazo, la inmensidad de las bocas rozando lo sagrado, la vida trepando nuestras piernas en ilimitadas procesiones, tu mirada, el destello de los labios declinando por la espalda hasta hallar otra emboscada y comenzar.
Ana Cecilia.
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