SU SECRETO
Fue en Mburucuyá. Había mosquitos en su pieza; pero esa noche no era eso lo que me impedía dormir. Ella estaba mi lado, acurrucada, como si ocultase alguna cosa contra el pecho. Su pequeño cuerpo entre las sábanas parecía un mundo; el cual quería yo explorar, hacer descubrimientos en él, pequeñas conquistas, memorizar su geografía entera.
A la mañana siguiente (ella con su guardapolvo y yo con la ropa de la noche anterior) la acompañé hasta su trabajo. Luego me fui a casa a preparar el bolso; debía regresar a Asunción.
Durante toda aquella noche, y los siguientes días, tuve una sensación de ahogo que no podría describir. No sabía por qué; pero una vez, no recuerdo bien cómo, una oquedad o algo así en el pecho, noté que me faltaba el corazón. En las noches, cuando había un poco de silencio en la ciudad, desde mi pieza lo escuchaba latir quién sabe a qué distancia y me faltaba el aire.
Nos escribíamos con relativa frecuencia. Una vez, en uno de sus mensajes, entre cosas vanales, no exentas de complicidad y cariño, me hizo esta pregunta, que podría haber pasado inadvertida, algo que se suele decir como ¿qué es de tu vida?, ¿cómo te va?, “¿Cómo está tu corazón?”, me preguntó. O sea que ella lo tenía; lo había tomado aquella noche; estuvo acurrucada, ocultándolo con todo el cuerpo; lo llevó consigo en el bolsillo de su guardapolvo cuando la acompañé al trabajo.
“¿Volveré a verla?”, pensaba, “¿podré recuperar mi corazón?”
Prefiero omitir de esta historia su epílogo triste. Diré tan sólo que en ese entonces no sabía de ocupación más dulce que imaginarme a ella escondiendo mi corazón para que no se lo quite, y yo simulando no darme cuenta. Ella deliza con sigilo su mano al interior del bolsillo de su guardapolvo, se asegura que todavía lo tiene, mientras hace que me habla de alguna cosa.
26 de agosto de 2009
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