Demasiada información para tan poca paciencia.

Regresé a la treta mental de contar en silencio cuantas letras conformaban cada una de las palabras absurdas que escuchaba, admito que es un tanto extraño, algunas veces incluyo los espacios si lo que interesa es la composición de la frase, otras dedico solo una casilla a la “ll” que no admito como “doble l” c a s i ll a, o mejor dicho c a s i l l a, algo así. Otro dilema es jugar a pronunciar la ñ, como ni, nh, dependiendo del idioma, ateniéndome a la velocidad con que desee terminar de contar las letras para regresar de lleno a la conversación

El dueño de esa voz es también dueño de otras muchas cosas, pero no es lo que interesa. Sobrepasa el espacio que le corresponde y ataca lentamente mi coherencia. Todo rima y comienzo a distraerme, decae su fuerza ante mi mirada, repaso los pendientes, me llena de angustia saber que no cerré con llave la cajonera de mi escritorio, regreso y percibo el aroma a agua hirviente, centro la atención en sus labios, me despierta el silbido de la tetera, detengo el juego de las letras, no comprendo lo que pasa.

Me sorprende un viento frío en el rostro e inevitablemente tropiezo con una mesa, elegí los zapatos equivocados para caminar con prisa. No preciso si intenté disculparme o lo dejé hablando solo, incluso dudo haberlo presenciado, no se si lo recordé o sucedió de nuevo, he dicho que es dueño de muchas otras cosas, como algunas de mis rutinas, por ejemplo.

El personal de vigilancia está por cerrar el acceso al edificio, esa hora detenida en el tráfico no ayudó mucho, consigo convencer al guardián de autorizar mi entrada, Oficial Blalock, que curioso, ese hombre no tiene cara de “Blalock”, le combinaría mejor un “Sánchez”, piso 19, es el mío, el hombre del nombre sube conmigo, vigila que únicamente me acerque al espacio que me corresponde.

El cajón no está cerrado pero yo olvidé las llaves detrás de la voz de mi paciencia.