La silla coja, el calentador descompuesto,
el estrépito, el frío, el calor deshonesto,
las sombras, la luz, el descontento,
nada puede apagar el arrebato,
el influjo, la luz celeste de la alegría.
Cuando el alma ríe, se enciende todo,
los harapos se zurcen, las manchas brillan,
a los agujeros les crecen sensuales pestañas,
cuando la alegría restalla, las mórbidas ratas,
parecen azucenas, la pena es banal,
el llanto, sin sentido, la traición, desechable.
Se funden las aureolas de pasión
con los versos más hermosos,
el corazón insufla caramelos,
la vida es una fuente almibarada
en la cual se baña el universo.
Mas, cuando la pena emerge,
con su química de verbos intragables,
yerto está el cielo que cubre cada afán,
muerta la luna, roto el espejo de cada mirada,
naipes aciagos coronan el juego,
surge la voz cadavérica de la alborada,
cenizas, cerrazón del alma, tinieblas,
en cada puerta una corona de flores grises,
no hay impulso que haga latir un corazón ciego…
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